Les puedo decir qué estoy haciendo en cada hora de mi día. Planifico las vacaciones con meses de anticipación. Y, cuando viajo, tengo mapeado hasta el número y horario del transporte público que necesito tomar en cuál parada para que me lleve a mi destino, a donde, probablemente, tengo ya hecha una reservación, comprada una entrada, o un recorrido. Siendo pequeños, creo que mis hijos no sintieron hambre jamás, porque siempre comían a la misma hora (lo siguen haciendo).
El tener cuadriculado el transcurso de mis días me da una libertad inmensa. Porque mi mente se libera de estar pensando en detalles y, dentro del espacio aparentemente limitado que me da una rutina, encuentro una infinidad de posibilidades.
Conozco a muchas personas que compran boletos de avión de un día para otro y no saben a dónde van a ir a caer. Y está bien si les funciona. Creo que se me cerraría el ojo del tic nervioso. El otro lado de la moneda es que un esquema se vuelva una prisión y pasarse más tiempo preocupado si se puede cumplir lo planificado que en hacerlo verdaderamente.
Estoy aprendiendo a flexibilizarme, porque la vida no es tan rígida, ni tan ordenada como me gustaría. Y también eso es bueno. A veces cae bien salirse del cuadro.
