El peor diálogo

A mí no se me pegan canciones, se me pegan ideas. Y dan vueltas y vueltas en mi cabeza. Y pocas veces son diálogos agradables. Siempre es recordarme lo malo. Me cae mal esa persona que vive dentro y que no me trata con cariño.

Resulta que vivimos con muchas versiones de nosotros mismos, integradas para funcionar, pero cada una un lado del prisma que somos. Hay que saber cómo tranquilizar a los más neuróticos.

Meditar ayuda. Hablarme bonito ayuda. Y que pase el tiempo ayuda. Pero siempre está en la parte de atrás la voz con las malas ideas. Ya aprenderé.

Un cambio para ver de nuevo

Paso frente a los mismos cuartos todos los días porque es mi casa y me toca. Generalmente no les pongo atención, salvo que haya algo fuera de lugar. Porque uno sólo se fija en lo diferente.

Estamos hechos para buscar lo distinto en el patrón. Sobre todo si es malo. Porque nos salva de ser devorados por un tigre. O de una enfermedad. Pero también nos vuelve menos sensibles a lo que nos rodea porque lo damos por sentado. Por eso la mentalidad de principiante que nos acerca a ver otra vez de nuevo lo familiar.

Tal vez por eso nos sirve tener un cambio en la apariencia, cosa que a las mujeres se nos da mejor. Hace que haya algo que llame la atención para volvernos a ver, aunque seamos las mismas.

No mover

Me lastimé la espalda por bestia. Estoy mejor y ni modo, que me sirva de lección. Pero lo que me llama la atención es que me fue mejor moviéndome que no.

El instinto al lastimarse es quedarse quieto. Y seguro que eso es lo que hay que hacer en algunos casos. Sin embargo, muchas veces hay que seguir. No dejarse. Moverse.

Me sigue doliendo un poco. Y no importa, hoy tampoco voy a quedarme quieta.

Hablar con nadie

Paso mucha parte de mi día en silencio. Bueno, sin hablar con alguien, porque mi mente pocas veces está callada, por eso hago meditación. Pero en realidad, mis interacciones son pocas y las aprovecho cuando las tengo. O sea, hablo mucho cuando puedo. Creo que es la costumbre de la relación que tenía con mi mamá; podíamos estar juntas cosiendo y viendo los partidos de básquet sin hablar y luego pasarnos la noche entera sin callarnos. Me hice el hábito de llamarla cuando pasaba cualquier cosa interesante en el mismo momento, porque después se me olvidaba.

La vida está llena de pequeñas cosas que valen la pena compartirlas, pero que no lo hacemos porque son pequeñas, por tontos. Un sentimiento, algo divertido, una idea, todo eso que nos va llenando el día y que nos alimenta. Allí está el secreto de la cercanía. Uno pensaría que es con las cosas totalmente trascendentales, pero no. Es comentar de lo fácil que fue pasar en el tráfico, o de la comida genial, o de haber visto a alguien, o de pensar en la otra persona.

Con mi mamá teníamos de broma estándar el hecho que haya tantos comercios con el mismo nombre. Hace poco vi una zapatería que lo llevaba y tuve el impulso de llamarla. Ella lleva muerta hace casi 19 años, así que la comunicación se dificulta. Pero igual le conté. Porque, aunque no hablo con ella, sé que me escucha.

Todo está bien

Empezar el día contigo

tu olor verde y tus ojos cerrados

el recuerdo de ayer

cómo se termina el tiempo hoy

pero si no fuera así la mañana

habría otras

y todo estaría bien.

Estoy nerviosa

Tengo que dar una conferencia y estoy nerviosa. Está bien estarlo. Racionalmente entiendo que no puede salir mal, el punto es tener un debate abierto a discutir ideas, a expandir mentes. No hay nada qué perder.

Las cosas que nos importan nos generan ansiedad por hacerlas bien. Esa inyección de adrenalina que nos hace correr más rápido, ser más fuertes, pensar con más agilidad. No es malo tener ese nerviosismo. Sí es malo no hacer lo que uno quiere por miedo a que salga mal. Todo lo que vale la pena hacerse, vale la pena hasta hacerlo mal.

Sigo poniéndome más nerviosa y está bien. Porque espero ganar algo junto con todos los demás. Y si sale mal, tampoco es el fin del mundo.

Escuchar

Cuando me pongo nerviosa hablo mucho y cuando estoy calmada también. Se me salen las palabras de la boca en torrentes sin dique si no me fijo y digo cosas muy divertidas de las cuales luego me arrepiento. O hablo para pensar. O tengo y doy opiniones que nadie me pide. Hablo. Es mi manera de sacar el embrollo, examinarlo y desenredarlo.

En cualquier relación, es importante dar y recibir para que la cosa sea pareja. Si el sube-y-baja sólo se inclina siempre de un lado, no hay diversión. Por eso, cuando uno tiende a hablar mucho, hay que aprender a escuchar más. Porque es chilero conocer al otro, dejarse contar lo que tienen dentro. Total, uno ya se conoce las historias propias. Más interesante escuchar las ajenas.

He aprendido a tener filtros, a cerrar la boca y a quedarme callada para compartir. No me es fácil, pero sí satisfactorio.

Arroz

No me fascina el arroz, hasta que me inventé hacerlo al horno que quede tostado. Pero no apunté cómo lo hice y no me sale nunca igual.

Tener una receta es esencial para que las cosas tengan consistencia. Eso no aplica para los seres vivos. A mí me encantan las recetas. Pero no apunto nunca cómo cocino porque siempre me gusta hacerlo diferente a ver qué me gusta más.

Se me pasó de tostado. La próxima lo hago diferente. Si me acuerdo.

Sonidos húmedos

Estoy viendo la serie de Allien Earth y está predeciblemente llena de escenas sangrientas y grotescas. Soy fan de Tarantino, la sangre en las películas no me molesta, pero sí me encoge las entrañas escuchar cómo las cosas se meten en el cuerpo de otras cosas. Es un sonido parecido al de una boca mojada chasqueando los labios. Húmedo. Wácala. Igual estoy viendo la serie, está muy buena.

Los humanos estamos equipados para que nos repugnen cosas que nos dañan. Evitamos la comida podrida, le huimos a los ruidos peligrosos, le tenemos miedo a las alturas. Todo lo evolutivo que nos pueda proteger de una muerte prematura. Pero en la modernidad, con fechas de expiración y elevadores a pisos 130s, esas alarmas son menos utilizadas y tal vez las dejamos un poco olvidadas. No sé si eso nos sea de beneficio como especie. Las cosas que nos dan miedo, tienen una razón de ser y es bueno escuchar nuestro instinto.

En general, obviamente me dan asco los olores de podredumbre, pero hay quesitos que apestan y saben muy rico. O no siempre le hago caso a las fechas de expiración. Pero… acabo de demostrar en carne propia que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo y me rompí un dedo del pie. Sonó húmedo. Está roto. Por algo ese ruido es suficiente para revolverme las tripas.