Pedir permisos en mi casa era casi una tarea burocrática. Cada uno me mandaba con el otro, varias veces, hasta terminar con una conferencia a puertas cerradas y, 9 de cada 10 veces, un no. Me hubiera podido haber ahorrado el esfuerzo. Pero igual probaba y me decía a mí misma que yo iba a dar todos los permisos que me pidieran… Escucho a mi mamá reírse desde el cielo. Obvio no doy todos los permisos y revoco los que se pierden, como si fuera gobierno corrupto con las licencias.
Los hijos tienen la oportunidad de tener varios amigos, con los que ellos aprenden a poner sus propios límites, pero de quienes no dependen para formarse. Y tienen, lo que tienen esa dicha, el privilegio no reconocido por ellos de tener papás. Uno de papá tiene la obligación de tragarse las ganas de decirles que sí a todo y de protegerlos de todo lo malo, para hacer personas que puedan enfrentarse al mundo. Decir que no, poner límites, establecer reglas e imponer las consecuencias, es todo lo feo que parece. Pero es lo más necesario.
Hoy tuve que revocar un permiso, escribirle a otra mamá, tragarme el reclamo de la cría y morderme la boca antes de decirle que sí. Porque es más importante poner reglas que se cumplan a quedar bien con un hijo que tengo obligación de educar, no malcriar. Porque el mundo se encarga de dar las lecciones que uno no les da y ésas duelen mucho más. Para mientras, me seguiré poniendo el sombrero del malo de la película. Deberían agradecerme que les ahorro los trámites administrativos al decirles de una vez que no.