¿Si yo fuera la puerta
que te lleve a donde quieras
la atravesarías?
¿No tienes miedo de encontrar
que lo que quieres está de este lado
y lo perdiste al buscarlo?
¿Si yo fuera la puerta
que te lleve a donde quieras
la atravesarías?
¿No tienes miedo de encontrar
que lo que quieres está de este lado
y lo perdiste al buscarlo?
Acabo de leer un libro que no hubiera escogido. No me encantó. Pero lo terminé.
A veces hay que hacer cosas que no nos fascinan. Porque la vida es de hacer cosas variadas y no todas son nuestra preferencia. El secreto es hacerlas todas con gusto, la perspectiva es lo más importante.
Aunque no me haya encantado el libro, me gustó conocer algo nuevo. Así como no me gusta planchar y lo hago con gusto. O hacer ejercicio. O hacer dieta. Y le encuentro (o trato) de encontrarle el chiste a todo. Porque así aprende uno.
Desde hace meses me pinto las uñas y cambio de color cada semana. Pero no cambio demasiado. O claras o rojas. Y siempre regreso a lo mismo. Me ha pasado muchas veces que me compro «otro color» y cuando llego a la casa es uno más de la colección de colores iguales.
Tenemos preferencias y nos halan como imanes. Por eso se habla de «tipos de personas» o de «estilos de ropa», como si fuera una firma que hace nuestra vida sobre nosotros y que no cambiamos fácilmente. Depende de muchas cosas, de los hábitos que nos hemos hecho, de las creencias y afirmaciones que nos hacemos (esto no me queda bien, ya no tengo edad para usar vuelos, me debería pintar el pelo de otro color, etc…). Pero todo regresa a que lo que nos gusta nos hace sentir cómodos.
A mí me gusta verme las uñas de un rosado casi blanco. O de un rojo casi negro. Y cambiarlas porque me aburren. Tal vez pruebe un café, pero lo miro y sé que no lo voy a usar.
He estado viendo un montón de videos de cirugías plásticas en las que las pacientes quedan… como si el tiempo hubiera retrocedido. Y por supuesto que me miro la cara y veo el paso del tiempo en cada una de las arrugas y líneas. Peor si sonrío.
Uno nace casi como una hoja en blanco. Claro que con la maleta de la genética, pero lo suficientemente moldeable como para convertirlo en lo que sea. Y los años se encargan de reflejar nuestras decisiones. Los vicios y las virtudes se imprimen en nuestra piel y no hay crema o bisturí que los borre del todo.
Por supuesto que quisiera verme veinte años menor. Sobre todo cuando la señora de la farmacia me dice que seguro fui bonita de joven, dejándome sin saber qué contestarle. Pero también sé que se me marca en la cara mi facilidad para sonreír y el cuidado que me he tenido para llegar sana a vieja. Así que, mientras no me haga algo extremo, me seguiré viendo la vida en la cara. Y está bien.
Hace ya casi diez años, luego de un evento que me sacudió el mundo, recibí una inspiración que sirvió para el tatuaje que llevo en el antebrazo izquierdo. La puse allí porque la miro seguido y es un buen mantra. Poco de lo que tengo cotidianamente se parece a lo que creí que iba a tener. En su expresión externa. Pero si me voy a lo que quería sentir, hay mucho que sí corresponde.
Nos toca ajustarnos a todo. Ni la Tierra se queda estática y tenemos mareas y clima y aire y vida porque se mueve constantemente y nos hace movernos con ella, desde las estaciones que tenemos que prever hasta si salimos con o sin botas para la lluvia. Lo maravilloso es que el ser humano está diseñado precisamente para eso: adaptarse. Por eso vivimos en casi todo el orbe, bajo las circunstancias más extrañas y, donde no vivimos, por lo menos hemos tratado de explorar.
Yo no pretendo hacer expediciones a los polos, pero sí pido tener la flexibilidad para no creer que lo que sé hacer es lo único que se debe hacer. Ser principiante siempre, ser abierta a aprender, probar lo que conozco y adaptarlo si no sirve. Por eso llevo tatuado «el control no es poder». Amén.
Quiero levantar todo el peso del mundo
desvelarme bailando
ir a todos los conciertos
vivir todos los años, quedarme joven
lo quiero todo, aunque no se pueda al mismo tiempo
Mi mamá era extremadamente desordenada. Pero encontraba todo. Yo no llego a su desastre, pero si no me arreglo en el mismo orden todas las mañanas, seguro se me olvida ponerme desodorante.
Ser ordenado y ser metódico son vecinos, pero no son iguales. Lo ideal es tener ambos, porque el primero se ve arreglado y el segundo es efectivo. De nada sirve haber coordinado la ropa por color si nos paralizamos cuando hay algo fuera de lugar.
Soy metódica por necesidad. De vez en cuando me entra el gusanito del orden y me inspiro en mi padre. Pero eso no me dura mucho tiempo.
Tuve mucha suerte recientemente. Traté de levantar una animalada de peso y me lastimé la espalda, pero no me lesioné. Un par de días de medicina y ya, como nueva, con escoliosis y todo. Pero tuve mucha suerte.
Hay muchos lemas con los cuales uno puede sobrellevar la vida. Es lo que hay. Uno hace lo que puede con lo que tiene. Y, tal vez uno menos conocido: uno puede tenerlo todo, pero no todo el tiempo. Escoger qué, cuándo y cuánto es una de esas especialidades que debemos aprender mientras vivimos.
No puedo levantar todo el peso siempre. Ni puedo hacerlo todo sola siempre, menos al mismo tiempo. Entonces, o escojo no tenerlo, o pedir ayuda. En general, he preferido lo primero, pero puedo aprender a hacer lo segundo.
Tendemos a equiparar lo calmado con lo aburrido y por eso dinamitamos nuestra comodidad. Estamos tranquilos en nuestra casa, donde lo tenemos todo y salimos a buscar algo distinto. Eso lo veo sobre todo ahora en mis hijos, que no se están quietos y siempre quieren hacer algo distinto de lo que tienen en frente.
El ser humano oscila entre la necesidad de estar seguro y el deseo de aventurarse. Si no fuera por esas dos fuerzas opuestas, pero iguales, no habríamos poblado el mundo ni dejado moradas por donde pasamos. Es por eso también que, tontamente, cambiamos lo que conocemos y nos tiene bien, por el rumor de algo más interesante. Hace poco leía que a veces confundimos la incertidumbre en una relación con emoción y por eso nos quedamos en situaciones que no nos convienen, pero nos alborotan.
A mí me gusta ponerle emoción a mi vida aburrida. No es lo más aventurero, pero es lo más rico.
Cuando era invisible
no me gustaba nada de lo que veía en mí
me cambié la mirada y el gusto
la forma de ponerme los zapatos
el lado hacia donde giraba al bailar.
Todo me parecía poco, pequeño.
Algo debía faltarme.
Ahora me ves. Y todo me gusta de nuevo.