A veces las cosas no sirven para lo que son

Creo que pocos consejos paradójicos me gustan tanto como “Hay que conocer las reglas para poder romperlas”. Suena extraño, invertir tiempo, dedicación y esfuerzo en aprenderse algo a la perfección, sólo para dejarlo ir cuando ya se tiene bien agarrado. Pareciera que romper lo establecido es muy sencillo: simplemente hay que dejar de hacerlo. Y luego resulta que nos volteamos hacia una esquina que creíamos desconocida, sólo para darnos cuenta que ya tiene muchos ocupantes.

Todo tiene una función preestablecida. Un libro se lee. Un lápiz escribe. Un suéter cubre. Bueno. Está bien. Hay procesos que ya vienen escritos, lenguajes con reglas previas, recetas con ingredientes detallados. Y leemos el libro, escribimos los ejercicios con el lápiz, hablamos otros idiomas como sacados de un libro de texto. Porque primero hay que saber a qué sabe el pastel según el libro.

Pero luego, cuando ya caminamos sobre terreno seguro, dejarlo allí sería un desperdicio. De mente, de capacidad, de talento. Un suéter se vuelve una pequeña tienda de campaña. Una fórmula se convierte en una pócima mágica con propiedades nunca antes vistas. Un cuadro tira por un caño las reglas de la perspectiva para dejar el sentimiento crudo.

Todo y todos, tenemos una función. Es primordial conocerla, amaestrarla, dominarla. Y, no menos importante, es dejarla a un lado para ver qué más podemos hacer.

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