Generalmente, lo desconocido es interesante. Hay cosas por descubrir. Otra cosa es lograr mantenerme lo suficientemente abierta a querer conocer cosas y personas nuevas. Llega el punto en que la vejez se traduce en falta de curiosidad. Básicamente uno prefiere lo que ya conoce.
Pero también está el fenómeno de aburrirnos rápido con lo que tenemos y querer buscar cosas novedosas. Dejamos atrás a personas porque creemos que ya lo sabemos todo de ellas cuando el principio básico de la existencia es que todo cambia todo el tiempo. Tener la capacidad de encontrar lo diferente en lo familiar es, tal vez, la virtud más grande de una curiosidad verdadera. Porque requiere mucha más atención.
A mí me gusta lo nuevo. Por eso escucho música que no conozco o pruebo comida que no tenía ni idea que existía. Y hago un esfuerzo por re-conocer a los míos porque sé que siempre hay algo más que aprenderles y que Dios está en los detalles.