Llegar a ver cómo se derrumba la vida que uno tenía meticulosamente planificada es uno de esos eventos catastróficos. Primero es un ladrillo, luego un balcón y, cuando se asienta el polvo, sólo quedan los escombros. Y uno no sabe si volver a construir con los pedazos, largarse y dejar que otra persona recoja o todo lo contrario.
Nada es como uno se lo imagina y pocas cosas como uno las recuerda. Pretender que la vida puede trazarse sin cambios en el camino es lo más ingenuo que uno hace de joven. Y está bien, al menos un rumbo hay qué tener. Pero de allí a creer que eso va a seguir vigente el resto de los años que nos quedan, sólo causa dolor.
No me gusta el desorden y estoy limpiando lo que queda, escogiendo las mejores partes y retirando el resto. Creo que sólo voy a usar lo que vaya necesitando y, aunque tengo la idea general de qué es lo que quiero, estoy segura que hay muchas formas del cómo. Trataré de ir aprendiéndolas.