Fue una semana movida en cuanto a desastres de disciplina con los niños. Ambos perdimos los estribos y eso creo que no debería suceder, pero es lo que pasa y ya.
Siempre hay espacio para cagarla, como ahora mismo que acabo de decirle a la niña que me espere porque estoy escribiendo. Supongo que los psicólogos no tendrían trabajo si no existiéramos los padres. Pero me di cuenta que hay momentos que marcan aún más: los de la recapitulación luego de los desastres. Después de un buen pleito, un hámster muerto y dolores de cabeza, logramos tener un almuerzo en paz, con muchas cosas por hablar.
Cuando al fin se logra tomar consciencia de lo que sucede y sacarle las lecciones, es el momento de agradecer. Yo agradezco que mis hijos miran mis defectos y cómo trato de compensarlos. Nadie somos perfectos (salvo mi madre, que ya está muerta) y sacarle provecho a las lecciones derivadas de lo malo nos puede reivindicar.
Seguimos un poco con dolor de cabeza y seguro los niños tampoco tuvieron un domingo ideal. Pero terminamos la semana con una buena dosis de carcajadas.