Nuestra realidad es plástica

Tal vez uno de los finales más tristes para un ser humano es la pérdida de la memoria. La persona sigue existiendo, pero no como un ente íntegro, sino sólo como una parte fragmentada, incompleta. Falta la luz en la lámpara, la fragancia en el perfume. Pareciera que estamos definidos, principalmente, por nuestros recuerdos. Eso que nos lleva por lo vivido, que nos llena de emociones que siguen resonando limpias y cercanas, que nos da la forma que toman nuestras acciones por ir impregnadas de cosas ya realizadas.

Y, a la vez, cada uno de esos recuerdos los cambiamos cuando los volvemos a sacar para examinarlos. Es algo tan extraño: la memoria nos hace lo que somos, pero lo que somos cambia la memoria. Termina siendo un pozo que se alimenta constantemente.

Nuestro cerebro es plástico. Aún más de lo que se pensaba hasta hacía poco. Y nuestra personalidad también. Somos capaces de darle un sentido totalmente diferente a lo vivido con información nueva. Nuestra propia existencia como individuos está hecha de todo lo bueno y todo lo malo. Y de cómo lo integremos en esa corriente constante del tiempo que aún no hemos logrado trascender. Tal vez alguna vez logremos navegar libremente en esa dimensión. Pero no todavía.

Para mientras, el único viaje en el tiempo que podemos lograr es en nuestra propia mente y cómo la moldeamos. O cómo nos dejamos moldear. Tal vez logremos escapar de borrarnos a nosotros mismos.

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