Me pasé desde el jueves sin escribir. Tengo como un poquito de vacío de palabras, tal vez porque me tardé desde noviembre en escribir un «libro» que se lee en tres horas (si se lee lento y uno se levanta a prepararse un café). Es extraño cómo se llena tan poco tiempo efectivo con tantas letras. Así que, he estado leyendo. Rayuela (Cortázar me va a convencer que, ni escribo bien, ni entiendo lo que leo), a Bolaño, a Borges, a Martínez, a Restrepo, a Montano… La vida no alcanza para lo que uno «debería» leer, menos aún para lo que uno «quisiera» leer.
Uno tiene ocupaciones favoritas a las que regresa en momentos de más necesidad. O de felicidad. O de tristeza. O de vivir. Generalmente es eso que nos hacían hacer de pequeños y en donde más seguros nos sentimos. Costumbres como cocinar y comer rico para celebrar un triunfo. Hábitos como despertarse temprano y tratar de estar felices, aunque después el día nos arruine el buen humor. Deportes, juegos de mesa, lecturas, música. Todos encontramos lugares y actividades en dónde retomar nuestro centro.
Resulta que ahora tengo que revisar todo lo que escribí. Ya voy por una tercera parte y, en vez de escribir más, estoy quitando palabras que me parece que estorban. Así que probablemente se lea en 2 horas cortas. Eso, o me disparo capítulos intercalados con una historia completamente diferente. Pero, para mientras, leo. Porque necesito volver a llenarme de palabras.