Las reglas que se ignoran

En la casa de mis suegros, los niños son felices y gloriosos porque se despojan de todas las reglas de su casa. Comenzando con que al señorito le compran un muñeco de champurradas, le sirven un guacal de café con leche y le dejan rellenarse frente a la tele en estado cuasi catatónico. Y eso está perfecto. En casa ni hay pan dulce, ni café para los niños.

Hay mucho espacio para hacer las cosas conforme a las reglas externas. La casa desde la forma de bañarse, hasta la hora de acostarse. El colegio. El karate. Hasta algunos juegos tienen lineamientos estrictos que rigen su funcionamiento.

¿Y a qué horas vive uno? ¿En qué momento podemos salirnos a respirar, tal vez boca abajo y en ropa interior?

Salirse un momento del guión, aunque sea para descansar, es tan importante como identificar los límites que estamos dejando atrás. A mí en lo particular me encanta mi horario regimentado y mi predictibilidad diaria. Pero también siento la presión de demasiadas cosas que «tengo qué hacer» y la adolescente que queda dentro a veces pregunta ¿por qué tengo que hacerlo?

Tal vez lo más importante de esos momentos de pequeña rebeldía, sea exactamente el poder cuestionarnos por qué estamos haciendo lo que hacemos. Si tenemos suerte, volveremos a encontrar la motivación necesaria y nos daremos cuenta que siempre sí nos gusta. Pero para eso, tenemos que tener un espacio en donde nos reciban con nuestra propia versión de champurradas y café.

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