Perderse

Las crisis de la mediana edad se caricaturizan con un carro deportivo rojo, cambio de imagen y hacer sencillo a la pareja. Y es que, llegar a lo que ahora viene siendo la mitad de la existencia, es un jodido alto en un camino que dista mucho de terminar, pero que ya va bien avanzado. Nos entra el veneno de la duda ¿será que he hecho algo que valga la pena? ¿Qué me queda por hacer ahora? ¿Cómo puedo arreglar los cagadales que he dejado regados?

A mí, la década me está trayendo una sola pregunta que me pesa en el esófago: ¿soy la persona que quiero? Es una pregunta cargada de todas las carencias que aún no resuelvo. La verdad, es que primero debería uno preguntarse, quién quiere ser uno. No se puede serlo todo, por lo menos no al mismo tiempo. Y abrir una puerta, tomar un camino, nos aleja de otro rumbo.

Me encanta esta etapa jodida. Mi vida los últimos diez años ha corrido sobre rieles que tendí hace mucho tiempo y estoy llegando al final de la pista. Aún me queda mucho qué recorrer y tengo la oportunidad de ajustar el compás. Tal vez, hasta pueda tomar algún desvío y ver el horizonte, antes de regresar a la carrera. Total, ya sabemos que la meta siempre es la misma para todos.

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