Mi umbral del dolor es altísimo. Logro encontrar el punto en el que sólo se vuelve una sensación neutra y ni modo, allí se va. Pero parezco la princesa del guisante si hay una arruguita en la cama. Me vuelven loca las etiquetas. Todas las costuras de las calcetas me molestan.
No somos planos, unidimensionales, con sólo una línea recta para describirnos. Como seres humanos nos llenamos de contradicciones que cohabitan en nuestras vidas. Generalmente no nos hacen daño. Pero, cuando son cuestiones conflicto entre lo que decimos que pensamos y lo que realmente hacemos, nos hacemos daño a nosotros y a todo el mundo a nuestro alrededor. Las contradicciones nos hacen humanos, nos balancean, nos nivelan. Creer en la justicia Y la misericordia nos salva como especie. Querer estar feliz y cómodo, pero desear algo más, no nos deja ni estar eternamente insatisfechos, ni completamente aletargados.
Aceptar que en la vida nos puede gustar algo que es completamente contrario a otra cosas que también nos atrae, nos amplía el mundo. Podemos contener muchísimas cosas aparentemente chocantes dentro de nuestro ser. Y por eso somos complejos e interesantes y, a veces, inaguantablemente erráticos.
Poder aguantar el dolor me deja hacerme tatuajes y dormirme. Mi sensibilidad exagerada me hace estirar la cama y despertarme a media noche porque está doblada la sábana. Espero que sea uno de esos defectos adorables y no simplemente algo más cómo caer como patada entre las cejas. O podría ser ambas.