En la casa somos fans de Star Wars. Los niños reconocen la musiquita desde la primera estrofa, mi protector de pantalla es un BB8, no hemos «rallado» los DVDs, sólo porque la tecnología nos ampara. Las historias distan mucho de ser perfectas (por favor, no me comiencen a decir que sí lo son, o que las películas I, II y III no deberían haber existido jamás). Lo que atrae de la narrativa, por lo menos a mí, es que establece una dicotomía fatal entre el bien y el mal. Nada en medio.
Si la vida fuera así de radical, sería muy sencilla. Ser «bueno» o «malo» deja que escoger se nos haga fácil. Nadie quiere ser malo, siempre cree que está actuando en el mejor interés posible, aún cuando hace daño. Todos creemos que somos buenos, que lo que hacemos está bien, justificamos las cosas que estamos seguros van a herir a alguien con argumentos que no le creeríamos a alguien más si nos los diera.
La vida se mueve entre decisiones que pesan. Unas más que otras. Así guiamos el barco en el que navegamos, metiéndonos a veces en la tormenta porque creemos que lo que queda más allá vale la pena. O nos dan ganas de quitarnos la ropa y tirarnos al mar, que la corriente se lleve el barco, ya qué.
Todos tenemos capacidad de hacer cosas buenas y malas. Todas las cosas que hacemos tienen ventajas y desventajas. Sólo nos toca asumirlas y cargar con ellas. Cada quien hace tan pesado el bulto como quiera. Igual a mí me sigue gustando Darth Vader.