Invitar 4 amigos con hermanos y papás requiere, para mí, más preparación que invadir Normandía. Lugar, comida, bebidas, entretenimiento, piñata, dulces. Que si llueve, que si no. Que si alcanza el pastel. Que si sobra. Al final termino acabada.
Salirse de la zona de confort inmediatamente nos hace fijarnos más en los detalles. Es como cuando ya conocemos un cuarto tan bien que lo atravesamos a oscuras, pero nos perdemos los detalles. Llegamos a un lugar nuevo y estamos pendientes de lo que hay a nuestro alrededor.
Cada vez que estiramos esa cajita en la que nos asentamos cómodamente, que nos hacemos un poco de violencia para lograr cosas que no nos gustan, expandemos nuestros mundos. Las ideas nuevas nos conectan más neuronas. Los sabores diferentes nos dejan ampliar el paladar. Hasta los músculos necesitan que los rompamos para ser más fuertes.
Querer quedarnos encerrados en un lugar conocido es válido. Es más, no tenerlo es quedarnos cual perros sin hogar a la intemperie. Pero el mundo es enorme y hay que salir a verlo. ¿Quién quita y somos buenos para más cosas?
Estoy agotada. Pero la cara de felicidad de la niña compensa la pelada de nervios que me acabo de dar del estrés. Además, es sólo una vez al año.