Los viajes, las vacaciones, los cambios de rutina, todo ayuda a renovarse. Hasta las cremas para la cara hay que cambiarlas de vez en cuando, porque la piel se acostumbra y ya no funciona igual.
Así, comemos diferente cada cierto tiempo, nos disfrazamos en la cama, hacemos otros ejercicios. Nos salimos de una fiesta tarde, a veces pensando que nos estamos pasando de la hora de dormir. O agarramos la botella de tequila que teníamos guardada.
De cualquier forma, no podemos hacer siempre lo mismo. Nosotros no somos los mismos, ni siquiera de un día al otro, porque las experiencias nos hacen movernos. Tal vez es por eso que las personas que insisten en permanecer en un estado permanente nos hacen ruido, se miran mal. Como cuando una se sigue peinando con la moda de cuando era adolescente. (Y si se fue adolescente en los ochentas, ni allí se miraba bien.)
Nos salimos de nuestra zona de comodidad para ampliarla. Esa es nuestra conquista diaria, el terreno ganado a la vida más allá de la rutina y hecho nuestro, hasta que también lo nuevo es viejo y hay que volver a empezar. Los músculos duelen cuando se cambia de ejercicio, el cerebro se cansa de considerar nuevas ideas, el alma necesita sobreponerse a la belleza recién descubierta.
Y que tome 36 horas regresar a la casa es agotador. Pero valió la pena.