Cuando uno juega un deporte, el chiste es ganar. Y, para que eso pase, alguien tiene que perder. Es lo que hay. Por eso no me gusta competir porque detesto perder.
Eso está bien, en un ambiente ficticio. Pero no sirve para las relaciones personales. Porque allí, si uno gana, ambos pierden. Difícil asimilarlo en el momento y más difícil parar el impulso de derrotar al otro.
La diferencia es que no vivo con los del otro equipo y sí con mi familia. Hay victorias que le hacen a uno perderlo todo. Y no se trata que ambos perdamos, sino que ambos ganemos. Ésa es la verdadera fuente de satisfacción.