Un círculo

Dejamos cosas abiertas

Puertas qué atravesar

Caminos en direcciones contrarias

Los círculos que no se cierran

Son espirales para deslizarse

Y regresar al punto de partida

Cerrarlo es morir a ese momento

Salir rodando al siguiente

Ya no abiertos, sino completos.

Recuerdos de otras personas

Es lindo cuando tenemos amistades tan cercanas que les conocemos las vidas. Esos momentos que los hicieron las personas que son y que nos cuentan para integrarnos. Es otra forma de volver a crecer con ellas. Igual que escuchar historias propias que nos cuentan nuestros papás. Yo tengo recuerdos de mi infancia que me contaron otras personas. No son míos, aunque hablan de mí.

No importa, creo. Cada memoria en nuestro cerebro la construimos con el paso del tiempo y compartirla la altera, porque la contamos diferente. Me pasa que sé que no sucedió algo exactamente como lo estoy refiriendo, pero no puedo recordarlo de la manera en que fue. Así que me quedo con lo que cuento.

Es parte de construirnos como las personas que queremos ser. Y cuando entran en conflicto los puntos de vista entre varios que vivieron lo mismo, podemos quedarnos con que lo que ellos están relatando tampoco es del todo realidad, aunque sea cierto para ellos.

Los recuerdos nos forman y nosotros los deformamos hasta moldearlos a lo que queremos y así nos hacemos las propias historias. Es buena oportunidad para aprender a escribirnos guiones que nos hagan mejores.

Tenemos una programación inevitable

Hay tantas cosas que se nos forman antes de tener acción sobre ellas, que cuando estamos en terapia ya adultos sólo nos toca reconocerlas. Pedazos fundamentales de nuestro carácter se moldean en las manos bienintencionadas de la vida a nuestro alrededor y terminamos con cada creencia acerca del mundo y nosotros mismos que le hacemos a veces la competencia a los terraplanistas.

Cambiar nuestra percepción del mundo y cómo funciona, es relativamente sencillo. Si tenemos la voluntad de aprender, examinar evidencias irrefutables nos hace ver la curva del mundo. Lo que parece una hazaña titánica es cambiar lo que creemos acerca de nosotros mismos. No hay evidencia que refute sentimientos.

Además, esa programación primaria a veces simplemente no se puede cambiar, sólo se puede aceptar para trabajar con lo que hay. Igual que el sistema inmunológico se forma entre los cero y cuatro años y después poco se puede mejorar, así el mapa de nuestras fuerzas y debilidades afectivas. Creo que lo que tengo que hacer para salirme de la parte de mi diálogo interior que me trata grosero y al que le creo todo lo que me dice, es volverme un poco sorda y olvidadiza. Y seguir en terapia para ver si le metemos algún virus al programa y lo crasheamos.

Declinar verbos para jugar con el tiempo

Cuando leemos una historia con tiempos mezclados, nos choca y pensamos que está mal escrita. No hay forma de decir “recuerdo cuando vas a morir” y que no suene ilógico. El tiempo fluye en una línea, al menos así lo percibimos.

Pasa diferente con nuestra forma de recordar el pasado, sobre todo emociones. Porque se actualizan cada vez que sacamos a pasear las memorias que las formaron y se nos hacen tan presentes como allí. Los sentimientos no conocen de pasado y por eso es tan difícil dejar atrás dolores y alegrías. Siguen vivas.

Hay algunas prácticas de terapia que ayudan a imaginar en el presente lo que uno quiere para el futuro. “Hacer como que es así, hasta que así sea”. Allí también jugamos con los verbos.

Aunque el simple lenguaje no modifica la realidad, si nos puede cambiar la forma en que la percibimos. Supongo que eso también es un viaje en el tiempo.

Las profecías que nos creemos

«¡Eres un dolor!», «¡Qué difícil es hablar contigo!», «Estás un poco gorda, ¿verdad?»… no sé pero en mi vida estas frases me acompañaron la infancia y adolescencia. Gracias a padres hipercríticos y a cero habilidades sociales en el colegio. Es una programación de la cual no puedo salir, lamentablemente. Sólo puedo contemplarla desde unos años de distancia y navegar a partir de esa dirección general.

Contamos profecías en nuestros días: está lloviendo, va a ser un día triste; el café estaba amargo, va a ser un día difícil; hay tráfico, va a ser un día de porquería. Así nos vamos determinando el futuro de antemano, mejor que una gitana con bola de adivinación. Pero no sabemos. Para nada. Todos los días están en blanco y los llenamos de lo que queremos. ¿Por qué nos empeñamos en que sean repletos de cosas negativas? Entre las posibilidades no comprobadas, sería más positivo que nos entregáramos a lo bueno. Nos da lo mismo emplear la imaginación en cosas que nos dan placer que en las que nos causan angustia. Si embargo allí vamos gastando toda nuestra energía en colorear los escenarios más sombríos.

Tengo que tener cuidado con las historias que me repito. Son el guión con que escribo mi vida y, en lo particular, ya estoy harta de contarme sólo cosas deprimentes. Tal vez entre tantas palabras que escribo, encuentre la fórmula para salirme de lo usual y comenzar a contarme una historia diferente.

En el libro que me diste

Abro el libro de poemas que me diste

En una página cualquiera

He visto a devotos

Abrir así los libros sagrados

Buscando una respuesta profética

Aunque sea para cosas mundanas

Esperan escuchar la voz del dios al que le rezan

En palabras escritas por humanos

Yo sólo busco un poema cualquiera

Escrito hasta por Nicanor

Que me diga que me quieres.

Ayer, que no fue hoy

Ayer me dieron una buena noticia, que me dediqué a dar vueltas como se juega un anillo favorito entre los dedos. Las argollas que no tienen principio y se pueden girar sin fin. Hoy ya no es lo mismo y ayer lo supe, así que me dediqué a sentir cómo se me aflojaba un poco la tuerca de l angustia que hoy regresó a apretarme ese lugar que no existe más que para pesar de vacío en el pecho.

Poder sentarse en el momento y decir “esto, ahora, esto es lo que tengo. Mañana va a ser diferente o no. Pero tengo esto ahora”, es soltar la carga de las cosas sin sustancia que le asignamos al futuro. El futuro siempre llega, y lo que vaya a suceder después, también.

Ayer pude respirar tranquila y hoy no y no sé qué va a pasar mañana, pero no importa ahora.

Compartir

Sé muy poco de compartir mis cosas, soy hija única. Lo cual no es lo mismo que egoísmo o falta de generosidad. Soy la primera en regalar lo que tengo o en preocuparme de la gente a la que quiero. Pero detesto compartir algo que creo que es mío, como si se pudiera gastar.

Hay cosas en la vida que sí se disminuyen cuando se comparten, todas esas cosas finitas que se acaban. Pero lo que realmente importa, crece cuando la damos. A cualquiera que tenga más de un hijo, entiende bien cómo se multiplica eso que uno creyó sólo poder sentir por una persona.

Estoy aprendiendo a que nada de lo que es mío, me puede faltar, aún si lo comparto.

Me patearon la cara

Y aún me duele la mandíbula. Fue en el combate del examen de karate, contra un niño mil veces más rápido que yo, a quien ni vi venir.

No pasa nada. Pues. No pasó a más el asunto, aunque me cuesta masticar. Es parte tan esencial del deporte, que si no hubiera estado al menos consciente de que eso podía suceder, mejor me hubiera metido a clases de acuarela.

Las expectativas tienen una pésima reputación, pero creo que es porque las confundimos con consecuencias lógicas de lo que hacemos. Si tocamos un cuchillo con filo, la consecuencia lógica es que nos cortemos. Nuestra expectativa puede ser diferente, porque a la regla le agregamos la experiencia personal que modifica o pretende modificar qué resultado tiene dos más dos. Es difícil escaparse de las consecuencias y muy fácil crearse expectativas falsas.

Siempre queremos torcer el mundo a nuestro antojo, porque sólo lo podemos percibir desde nuestro punto de vista. Pero una patada a la cara que es probable que suceda, no nos la podemos quitar tan fácil como nuestro deseo podría ser. En mi caso, sabía que me iba a ir como en feria, pero igual asumí las consecuencias de mi decisión de deporte. Todo lo demás, eran meros deseos.

Matar el entusiasmo

No entiendo cómo de adulta se me ha olvidado qué es tener el entusiasmo por las cosas pequeñas que mueven a mis hijos. Y luego los miro y hay una voz que no tiene mi edad que me recuerda qué era tener la de ellos. A veces gana y nos reímos como locos en el carro burlándonos hasta de las cosas que hago de adulta con ellos. Como el juego de palabras que empiezan con las letras del abecedario y me toca a mí la letra «n» y digo que mi palabra favorita es «no».

Hacemos escándalo y nos reímos y el papá hace cara de «esta gente está loca». Creo que estoy aprendiendo. A relajarme. A ponerle atención a las cosas importantes. A poner primero el amor a la disciplina. Igual hoy los castigué sin tele y me reí mucho con ellos cada vez que me pedían apelación. No sé. Puede que de vieja no sea tan cascarrabias. Y puede que haya agarrado una perspectiva diferente de lo que importa.

Lo cierto es que quiero acordarme más del entusiasmo de las cosas pequeñas. Y tengo los dos mejores maestros para hacerlo.