El tiempo es el traje
con que se viste la vida
y nosotros lo cosemos a la piel
sólo nos dan uno
mejor cuidarlo.
El tiempo es el traje
con que se viste la vida
y nosotros lo cosemos a la piel
sólo nos dan uno
mejor cuidarlo.
Nunca salgo. Hoy salgo dos veces. La idea parece perfecta cuando la tengo. Mi yo que tiene que ejecutarla ya no está tan segura.
Hacer ejercicio todos los días, levantarse temprano, comer bien, todo eso no requiere tanto de fuerza de voluntad como de la suficiente motivación para no necesitarla. Las cosas que nos cuestan hay que hacerlas y punto.
Así como salir hoy. Seguro puedo pasármelo bien aquí. Pero no lo pienso salgo
Si mi mamá estuviera viva, no habría vuelos suficientes para traerle cosas de Temu. Bromeaba diciendo que ella era “caca miro, caca quiero, y hasta la que no miro quiero”. Testigo de eso son un sinfín de aditamentos culinarios que no estoy muy segura para qué sirven.
Hay un impulso inherente por adquirir cosas, sobre todo si creemos que otros las tienen. Tal vez es una necesidad de parecerse a los demás, o una creencia atávica de que el otro tiene algo que nos va a servir a nosotros. La comparación es la madre de la infelicidad y el motor de la industria de la moda, la belleza y todas las otras que nos llenan las vidas de cosas no necesariamente útiles. Pero bonitas.
Yo me he logrado contener loablemente en mis consumos de Temu. Apenas tengo un espumador de leche (que uso todos los días para hacerme un capuchino) y una mascarilla de luces LED. Mi lógica es que me estoy ahorrando el viaje a la cafetería y una futura cirugía… Creo que tengo la misma aflicción que mi madre, aunque en menor grado.
Mis días están llenos de cosas. Así igual la vida. Y, cuando no hago nada, me siento culpable. Como si tuviera que justificar mi existencia con una tarea completada.
Es un sentimiento moderno, tal vez porque tenemos más tiempo disponible sin oficio, pero menos ocasión de no tener distracciones. La gente pre modernidad tenía horas enteras sin ruido. Ahora no pasamos un minuto sin llenar nuestro cerebro de estímulo. Parecemos en perpetuo movimiento, aunque no logremos nada.
Voy a instituir una tarde a la semana sin externalidades. A ver cuántos minutos aguanto sin levantarme a planchar.
Generalmente sé que me voy de viaje unos seis meses antes. Suficiente tiempo para arreglar papelería y tener idea qué voy a hacer en esos días. También me gusta hacer las inscripciones escolares antes, llegar a las fiestas a tiempo y comprar regalos por anticipado. Siento que algo de control le da a mi vida, por mucho que sea una mera ilusión.
Hacer planes nos separa del resto de la fauna terrestre. Los animales viven el día a día, aunque tengan sus propios ciclos naturales. Responden más a instintos que a previsiones. Los seres humanos nos proyectamos, no sólo dentro de nuestras propias vidas, sino para más allá. Una mezcla de arrogancia y esperanza. La primera, creyendo que somos tan interesantes que a alguien le importe si existimos o no. La segunda, pensando que hay futuro. Bonito eso.
Ver más allá y hacer planes me ayuda a alargar el placer de las cosas bonitas por venir y prepararme para afrontar las cosas difíciles. Una buena mezcla, además, de tratar de vivir con lo que tengo enfrente. Tiene sus ventajas, como fijarse en un pasaporte vencido, o enviar un correo de reclamo a tiempo. Nada más feo que revisar el calendario y darse cuenta que la fecha ya pasó.
Sin ruido y sin luz
regreso al principio
pero ahora sé
qué hay afuera.
Me gusta escuchar la lista de nuevas de la semana. He encontrado joyas y alimenta mi gana de música distinta. Por mucho que regrese a veces a las canciones de mi adolescencia, la mayor parte del tiempo busco nuevas.
Leí un libro hace unos años acerca de cómo el cerebro se queda trabado en las mismas rutas de pensamiento después de cierta edad y de cómo hay que romper ese estancamiento. Es como obtener una oportunidad de ver de nuevo el mundo, y maravillarse.
Libros nuevos, otras películas, gente distinta, música diferente. Todo ayuda a descubrir la vida, que siempre es nueva. Igual que nosotros.
Ayer hablábamos de lo que ahora se dice bullying. Claro que la experiencia es desagradable, por supuesto que es algo que transforma, pero uno no puede saber cómo sería si no la hubiera vivido. Los Sis no existen, simplemente existe lo que ya pasó descargar.
Los seres humanos tendemos a crear los escenarios imaginarios. Eso está bien. Es parte de lo que nos hace trascender, de lo que hace que la humanidad vaya más allá de la cueva, nos ha dado toda la tecnología nueva y también todo el arte. Pero tiene la trampa de dejarnos fuera de la realidad . Uno tiene que estar donde está.
Imaginarnos otras formas de vida, otras vidas que no hemos Debido está bien. No está bien. No vivir la vida que tenemos.
En la leyenda familiar, mi bisabuela se supone que hablaba 8 idiomas. Yo he tratado de aprender varios, aunque no me acerco.
Pero más que idiomas, me interesa aprender a hablar de la forma que la gente que quiero me entienda y yo la entienda a ella. Es una cuestión de interés, no gramática.
Por el momento, estoy en “adolescente”. Un idioma fascinante que requiere buen oído, agilidad mental y mucha tolerancia. No creo llegar a dominarlo. Sobre todo porque sus principales representantes pueda que crezcan antes que yo lo logre. Pero voy a tratar.
Acabo de escuchar que el amor incondicional entre padres e hijos es de dos vías. Lo he visto, sobre todo cuando los padres no son los mejores; los hijos se desviven por tener su atención y cariño. Pero bajo circunstancias normales, la balanza se debería ver inclinada del otro lado. Uno los quiere, a veces hasta demás.
Algo debe haber más allá de la biología. Porque mantenemos lazos estrechos de familia mucho después que son independientes. Sus triunfos nos enorgullecen y alegran. Sus penas nos duelen más que las propias. Uno sufre ajeno, pero porque no son ajenos, son propios.
Nada mejor que ver a los hijos probar el mundo con sus primeros eventos. Hasta las primeras roturas de corazón. No es que me guste verlos sufrir, simplemente acepto que eso es lo que tiene que suceder y me siento a esperarlos con un buen abrazo. Yo no puedo hacer que la vida no les duela, pero sí puedo estar siempre. Incondicional.