El fondo del frasco

Mi papá siempre tenia un frasco con manías en su cuarto. Era su lote personal, a parte estaba el de la casa. Recuerdo llegar hasta el fondo de ese recipiente en alguna tarde viendo Bonanza con él. Hubiéramos podido seguir comiendo. Creo que no tengo límite para comer manías saladas. Sí lo tengo para las semillas de marañón, aunque quede profundo.

Todo tiene un límite, hasta las cosas placenteras. El problema no es que dejen de serlo, es que continúan igual y uno, que es especialito, se cansa. Frase favorita por patética pero real en una canción es «hasta la belleza cansa». Supongo que por eso los mejores vinos son complejos y siempre se les puede encontrar otro sabor.

Es extraño, cuando algo me gusta, quisiera que se quedara igual, siempre. Y luego me aburre. No importa qué tanto dependo de la rutina para mi sanidad mental, hasta dentro de mis horarios tengo variaciones, picos de actividad en distintos momentos. Sirve para no dejar de pensar que lo bonito, lo es. Porque nada mata más la pasión que lo invariable. Salvo que sean manías, ésas son perfectas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.