Un tatuaje que diga…

… no traiga monstruos, aquí se los damos.

… no te pongas nada, yo te doy mis ganas.

… no abra la puerta, se salen las tentaciones.

… quédese cerca, tal vez lo muerden.

… no mire a los ojos, si parpadea lo besan.

… no se asome al abismo, allí se mira el reflejo.

… no se vaya muy lejos, la felicidad está cerca.

… traiga sus ganas, aquí se las atendemos.

… abra las manos, damos clases de braille en vivo.

… hable quedito, aquí nos gustan las cosas al oído.

… quédese, tal vez le gusta.

Un tatuaje que diga que te quiero para tanto, que casi no te quiero más que para siempre.

Las transiciones

El miércoles 21 de septiembre me toca mi examen de karate y siento el estómago como si me hubiera tragado una piedra de la ansiedad. La kata, en vez de salirme mejor, cada vez le encuentro más defectos que no había visto y que tengo que corregir. Hoy, por ejemplo, mi shihan me señaló que un movimiento era una transición y que por eso había que hacerlo fluido. Joder. Si yo le estaba haciendo pausado porque no me salen las posiciones de pies de otra forma.

Las transiciones son difíciles, en todos los aspectos de la vida. Y no entiendo por qué todavía nos sorprenden. Si la vida entera es una etapa de cambio de un estado efímero al otro. ¿O acaso ustedes se han logrado quedar para siempre en el mismo lugar de sí mismos?

Lo bonito es que «trascender» tiene la misma raíz. Sólo podemos llegar al otro lado, a ese lugar que nos llama, si nos movemos de donde estamos en este momento. Y, sí, es difícil e incómodo. Pero es la única forma.

Para cambiar sin rompernos la cara hay que practicar. Para hacer las cosas mejor cada vez, hay que fijarse en todo lo que nos hace falta para hacerlas perfectas. Y para poder cambiar de cinta en el karate, tengo que aprender a mantener el «flow» en mi kata. Permiso, me voy a practicar.

Sí y no

Mi umbral del dolor es altísimo. Logro encontrar el punto en el que sólo se vuelve una sensación neutra y ni modo, allí se va. Pero parezco la princesa del guisante si hay una arruguita en la cama. Me vuelven loca las etiquetas. Todas las costuras de las calcetas me molestan.

No somos planos, unidimensionales, con sólo una línea recta para describirnos. Como seres humanos nos llenamos de contradicciones que cohabitan en nuestras vidas. Generalmente no nos hacen daño. Pero, cuando son cuestiones conflicto entre lo que decimos que pensamos y lo que realmente hacemos, nos hacemos daño a nosotros y a todo el mundo a nuestro alrededor. Las contradicciones nos hacen humanos, nos balancean, nos nivelan. Creer en la justicia Y la misericordia nos salva como especie. Querer estar feliz y cómodo, pero desear algo más, no nos deja ni estar eternamente insatisfechos, ni completamente aletargados.

Aceptar que en la vida nos puede gustar algo que es completamente contrario a otra cosas que también nos atrae, nos amplía el mundo. Podemos contener muchísimas cosas aparentemente chocantes dentro de nuestro ser. Y por eso somos complejos e interesantes y, a veces, inaguantablemente erráticos.

Poder aguantar el dolor me deja hacerme tatuajes y dormirme. Mi sensibilidad exagerada me hace estirar la cama y despertarme a media noche porque está doblada la sábana. Espero que sea uno de esos defectos adorables y no simplemente algo más cómo caer como patada entre las cejas. O podría ser ambas.

El lado oscuro

En la casa somos fans de Star Wars. Los niños reconocen la musiquita desde la primera estrofa, mi protector de pantalla es un BB8, no hemos «rallado» los DVDs, sólo porque la tecnología nos ampara. Las historias distan mucho de ser perfectas (por favor, no me comiencen a decir que sí lo son, o que las películas I, II y III no deberían haber existido jamás). Lo que atrae de la narrativa, por lo menos a mí, es que establece una dicotomía fatal entre el bien y el mal. Nada en medio.

Si la vida fuera así de radical, sería muy sencilla. Ser «bueno» o «malo» deja que escoger se nos haga fácil. Nadie quiere ser malo, siempre cree que está actuando en el mejor interés posible, aún cuando hace daño. Todos creemos que somos buenos, que lo que hacemos está bien, justificamos las cosas que estamos seguros van a herir a alguien con argumentos que no le creeríamos a alguien más si nos los diera.

La vida se mueve entre decisiones que pesan. Unas más que otras. Así guiamos el barco en el que navegamos, metiéndonos a veces en la tormenta porque creemos que lo que queda más allá vale la pena. O nos dan ganas de quitarnos la ropa y tirarnos al mar, que la corriente se lleve el barco, ya qué.

Todos tenemos capacidad de hacer cosas buenas y malas. Todas las cosas que hacemos tienen ventajas y desventajas. Sólo nos toca asumirlas y cargar con ellas. Cada quien hace tan pesado el bulto como quiera. Igual a mí me sigue gustando Darth Vader.

Hasta la próxima

Invitar 4 amigos con hermanos y papás requiere, para mí, más preparación que invadir Normandía. Lugar, comida, bebidas, entretenimiento, piñata, dulces. Que si llueve, que si no. Que si alcanza el pastel. Que si sobra. Al final termino acabada.

Salirse de la zona de confort inmediatamente nos hace fijarnos más en los detalles. Es como cuando ya conocemos un cuarto tan bien que lo atravesamos a oscuras, pero nos perdemos los detalles. Llegamos a un lugar nuevo y estamos pendientes de lo que hay a nuestro alrededor.

Cada vez que estiramos esa cajita en la que nos asentamos cómodamente, que nos hacemos un poco de violencia para lograr cosas que no nos gustan, expandemos nuestros mundos. Las ideas nuevas nos conectan más neuronas. Los sabores diferentes nos dejan ampliar el paladar. Hasta los músculos necesitan que los rompamos para ser más fuertes.

Querer quedarnos encerrados en un lugar conocido es válido. Es más, no tenerlo es quedarnos cual perros sin hogar a la intemperie. Pero el mundo es enorme y hay que salir a verlo. ¿Quién quita y somos buenos para más cosas?

Estoy agotada. Pero la cara de felicidad de la niña compensa la pelada de nervios que me acabo de dar del estrés. Además, es sólo una vez al año.

Cuando todo se mide

Si les preguntan a mis hijos, el estómago tiene un compartimento extra para el postre. Si no, ¿cómo se explica que les cueste terminarse la carne y el arroz, pero que 8 bolas de helado se desaparezcan como si nada? Lamentablemente, para todo el resto de cosas en la vida, antes de meter algo nuevo, generalmente hay que quitar lo viejo.

Alguna vez escuché que la mente de un niño es como un teatro vacío que hay que aprovechar de llenar de cosas buenas. Así igual pareciera que las cosas que hacemos desde hace mucho ya llevan su aviada en nuestras vidas. Sobre todo ésas que se hacen en automático y que ya no se aprecian como al principio.

Existe un riesgo cuando queremos incluir cosas nuevas que varían radicalmente de nuestros hábitos: el de romper con la vida que ya llevamos. Lo peor que podemos hacer es estrellar el cántaro de nuestras vidas contra una pared nueva, sin considerar qué vamos a hacer después con los pedazos. Y no es que nunca haya que cambiar. Al contrario, el cambio es inevitable. Pero somos mucho más felices cuando medimos el precio que hemos de pagar por lo que nos llama la atención. Cuando dimensionamos que eso que nos gusta tanto, nos gusta menos que lo que ya tenemos, volvemos a darle valor a lo que alguna vez también fue nuevecito.

Siempre dejamos de hacer cosas. No hay tiempo suficiente para aprenderlo todo, ni dinero para comprárnoslo todo, ni atención para agradar a todos. Hay qué escoger y ser feliz. Porque, en esta vida, sólo hay un compartimento extra para el helado.

Tres opciones

Conocer gente nueva es una buena oportunidad para volver a concerse uno mismo. Hace unos día fui a una fiesta en donde estuve con amigos de redes. O sea, gente con la que «platico» en Tuiter casi todos los días, pero que miro tal vez una vez al año. Y fue fantástico. Poder escuchar qué pasa en sus vidas más allá de lo que postean, reafirma la leve impresión que dejan sus 140 caracteres: son personas interesantes, simpáticas y divertidas.

Pero eso no me sorprendió. Lo que saqué de cosa nueva fue el haber salido de mi zona de confort usual y lograr pasármela tan bien. Yo siempre he dicho que soy alguien con quien es muy difícil convivir. Algo así como una ducha fría: o me aman o me odian, siendo los más los segundos.

Los extraños, como los espejos, nos reflejan lo que estamos proyectando. Ante esa imagen, tenemos tres formas de afrontar la realidad que vemos. 1. Quitamos el espejo para no volver a vernos. 2. Aceptamos con resignación la imagen y decimos que somos así. 3. Agradecemos lo que nos gusta y trabajamos por cambiar lo que no.

Si, consistentemente, caemos como patada entre los ojos, tal vez no sea el mundo el que sea tan injusto. Y, aunque no va a cambiar uno para caerle bien a todo el mundo con el que se topa, sí podríamos mejorar lo que no nos gusta a nosotros.

Yo me la pasé feliz. Todos me parecieron encantadores. Y salí satisfecha. Ahora, de regreso a cambiar la montaña de cosas que no me gustaron.

Empujarme a ser mejor

Hoy cumple 6 años Fátima. La veo pasar y poner esa carita seria y hablar y hablar y hablar. Esa persona con un carácter pétreo, con el corazón tierno, el ingenio agudo y las emociones a flor de piel. Quiere ayudar en todo. Todavía rompe las cosas sin querer.

Ella me hace ser mejor. Me empuja a vivir más feliz. A ser mejor pareja. A tener mejores amigas. A quererme más. Porque quisiera que a ella le gusten las cosas mías que encuentre en ella. Quisiera que se recordara de mí con admiración.

Esa pulguita que abraza con todo su ser, me llena el corazón de ternura, aún cuando me desespera. Todavía le gusta verme cuando me arreglo y quiere todo lo que yo tengo. Por ella he aprendido a aceptar con gusto la imagen que me mira en el espejo. A no hablar mal del físico de nadie.

Quiero enseñarle que puede ser y hacer cualquier cosa. Que ella ya está completa. Que vale el esfuerzo que haga.

Ella me ha enseñado a ser más suave.

Hoy es el cumpleaños de Fátima. Dios me conceda celebrar con ella muchos más.

Reventar la burbuja

Yo quiero pensar que me relaciono con muchos tipos de personas, que varían en edad, gustos, ideologías y hasta idiomas. Para mí, una de las mejores enseñanzad del colegio en donde estuve fue la variedad de realidades que convivíamos juntos y cómo el mérito que más se reconocía era el del esfuerzo propio. Poco importaba el apellido que seguía al nombre al profesor alemán que venía a dar clases por unos años.

Mi círculo de conocidos cordiales es bastante amplio, pero, si hemos de ser completamente sinceros, no paso de salir de una burbuja para entrar a otra. Cada grupo homogéneo de personas comparten un set de reglas particulares, que van desde conformarse a las más conservadoras, hasta tratar de hacer casi que todo lo contrario.

Pero todos los grupos son, por definición, excluyentes. Porque, como humanos, nos definimos más por lo que no somos, que por lo que podemos ser. Es más fácil decir qué nos disgusta, qué no podemos comer, qué nos cae mal. La lista en positivo de nuestras preferencias a veces se vuelve interminable. Y eso nos hace enfocarnos mucho más en lo que no tenemos en común con la gente que se encuentra afuera de nuestra chibolita.

Para hacer amistades nuevas, los lazos de las cosas compartidas son mucho más fuertes que todo lo que nos diferencia. No es mucho lo que necesitamos para abrirle un pequeño agujero a la caja de nuestro diario vivir y dejar entrar aire con olor nuevo. Nadie dice que necesariamente debemos aceptar y adaptarnos a todo. Pero cerrarse de entrada a buscar lo que nos une con alguien más, es igual a negarse a probar una comida porque es nueva. ¿Cómo vamos a saber si nos gusta?

A mí me gusta mi burbuja. Y también me gusta acercarme a otras y ver si podemo unir gustos. El material que rodea mi vida es fluído y da para mucho. También da para hacerse pequeño cuando quiero.