Yo quiero pensar que me relaciono con muchos tipos de personas, que varían en edad, gustos, ideologías y hasta idiomas. Para mí, una de las mejores enseñanzad del colegio en donde estuve fue la variedad de realidades que convivíamos juntos y cómo el mérito que más se reconocía era el del esfuerzo propio. Poco importaba el apellido que seguía al nombre al profesor alemán que venía a dar clases por unos años.
Mi círculo de conocidos cordiales es bastante amplio, pero, si hemos de ser completamente sinceros, no paso de salir de una burbuja para entrar a otra. Cada grupo homogéneo de personas comparten un set de reglas particulares, que van desde conformarse a las más conservadoras, hasta tratar de hacer casi que todo lo contrario.
Pero todos los grupos son, por definición, excluyentes. Porque, como humanos, nos definimos más por lo que no somos, que por lo que podemos ser. Es más fácil decir qué nos disgusta, qué no podemos comer, qué nos cae mal. La lista en positivo de nuestras preferencias a veces se vuelve interminable. Y eso nos hace enfocarnos mucho más en lo que no tenemos en común con la gente que se encuentra afuera de nuestra chibolita.
Para hacer amistades nuevas, los lazos de las cosas compartidas son mucho más fuertes que todo lo que nos diferencia. No es mucho lo que necesitamos para abrirle un pequeño agujero a la caja de nuestro diario vivir y dejar entrar aire con olor nuevo. Nadie dice que necesariamente debemos aceptar y adaptarnos a todo. Pero cerrarse de entrada a buscar lo que nos une con alguien más, es igual a negarse a probar una comida porque es nueva. ¿Cómo vamos a saber si nos gusta?
A mí me gusta mi burbuja. Y también me gusta acercarme a otras y ver si podemo unir gustos. El material que rodea mi vida es fluído y da para mucho. También da para hacerse pequeño cuando quiero.