Casas con nombre

Paso frente a puertas con nombres

bordados en hierro, peinados con hiedra

que me dicen cómo se llaman

con la voz que habita mi mente.

¿Quién bautiza una casa?

Tal vez si hacerlo la hechizara

para encontrar siempre allí

a esa persona.

Debería entonces ponerle rótulo

al dintel de mi cuarto

e invocarte cada vez que lo paso.

Hoy no

Pasé muy mala noche y eso me anula al día siguiente. Supongo que a todo el mundo. Nunca he sido buena para desvelarme. Y tengo mucho qué hacer. Pero así se quedó hoy.

Está bien tener tareas y cumplirlas. Hay algunas que simplemente no se pueden atrasar. Y hay otras que esperan a que las atendamos mejor.

Hoy no planché. Pero no me sentí mal. Puede ser mañana.

La forma

Muchas veces peleo porque me escuchen lo que digo y no cómo lo digo. Pero eso es como pedir que se coman algo que tiene apariencia de popó, por mucho que yo asegure que está delicioso. Habrá algún valiente que se atreva, pero no voy a lograr que sea un plato popular. Y allí está el asunto: las cosas que agradan entran primero por la percepción, no por el entendimiento. O sea: todo entra por los ojos.

Un buen ejemplo es la vestimenta. Cada ocupación tiene un uniforme no oficial y los que difieren de esa forma de vestir, corren del riesgo de no ser tomados en serio. Es ridículo, la ropa no me dice qué tiene adentro del cerebro la persona, pero es lo que es. Tal vez todos pasamos por algún momento de rebeldía en el que queremos encontrar nuestro propio estilo. O apegarnos por completo a la moda para encajar. Hasta que llega el momento en que eso es irrelevante y nos vestimos para lo que queremos lograr. El lenguaje de las formas precede al de las ideas. Y por eso es tan importante.

Estoy aprendiendo a ponerle atención al contenido del mensaje y no quedarme trabaja en su entrega. No es sencillo, como atestiguan las llamadas de atención a la adolescente cuando se pone en un tonito desafiante. Y me cuesta también aceptar que no tengo yo misma el mejor de los empaques cuando digo las cosas y por eso no me las reciben con entusiasmo. Tendré que cuidar eso con las personas que realmente me interesan.

No como quiero

Me encanta hacer acuarela japonesa. Es un acto fluido, casi meditativo, en el que se dibuja, pinta y sombrea en un mismo trazo. Cada hoja de bambú lleva la vena en el medio del pincel y uno la deposita en el papel con la presión justa. Hacerlo bien es tan bonito como suena. Yo no lo hago bien.

Todo, todo, requiere perseverancia y constancia para mejorarlo. Pero no en una repetición sin sentido. Porque igual se pueden perfeccionar las malas mañas. Hay que buscar cómo hacerlo bien, no importa cuántas veces salga mal.

Pintar no es lo mío. Pero igual pongo todo sobre la mesa y echo a perder muchas hojas. Hasta que me salga como yo quiero.

Tarde

Domingo después de tantos días sin alarma se me hizo a la velocidad del caramelo. Y heme aquí, a las casi seis de la tarde y yo apenas saliendo de bañarme. No sé si felicitarme o regañarme. Pero nada en medio.

Así como las fechas son arbitrarias, también lo son los horarios. Todo es voluntario. Imaginado. No obligatorio.

Poco me queda qué escribir, más que qué rico bañarme tarde. Ya mañana estamos de nuevo con alarma y todo.

Llévame al mercado

Quiero conocerte de hace años

pasear frente a la casa donde creciste

llévame al cine donde aprendiste a no ver una película

y cenemos en el primer restaurante donde pagaste la comida

te quiero conocer de antes, porque me gustas ahora.

Ver fuchibol

El fútbol es un deporte que no me gusta. Me aburre sobremanera. Siento que es lento e impreciso. En resumen, prefiero ver otra cosa. Pero… es la pasión del Canche y me regala 90 minutos de estar juntos.

Las relaciones y su estira y encoge nos hacen expandernos. Nos ponen en la disposición de probar cosas distintas. Y de crecer al entender al otro. No por nada la mejor forma de conocer otra cultura es a través de su comida.

Estoy feliz de haber pasado este momento con el Canche. Y lo vuelvo a hacer todas las veces que pueda. Aunque siga sin gustarme el futbol.