Muchas veces peleo porque me escuchen lo que digo y no cómo lo digo. Pero eso es como pedir que se coman algo que tiene apariencia de popó, por mucho que yo asegure que está delicioso. Habrá algún valiente que se atreva, pero no voy a lograr que sea un plato popular. Y allí está el asunto: las cosas que agradan entran primero por la percepción, no por el entendimiento. O sea: todo entra por los ojos.
Un buen ejemplo es la vestimenta. Cada ocupación tiene un uniforme no oficial y los que difieren de esa forma de vestir, corren del riesgo de no ser tomados en serio. Es ridículo, la ropa no me dice qué tiene adentro del cerebro la persona, pero es lo que es. Tal vez todos pasamos por algún momento de rebeldía en el que queremos encontrar nuestro propio estilo. O apegarnos por completo a la moda para encajar. Hasta que llega el momento en que eso es irrelevante y nos vestimos para lo que queremos lograr. El lenguaje de las formas precede al de las ideas. Y por eso es tan importante.
Estoy aprendiendo a ponerle atención al contenido del mensaje y no quedarme trabaja en su entrega. No es sencillo, como atestiguan las llamadas de atención a la adolescente cuando se pone en un tonito desafiante. Y me cuesta también aceptar que no tengo yo misma el mejor de los empaques cuando digo las cosas y por eso no me las reciben con entusiasmo. Tendré que cuidar eso con las personas que realmente me interesan.