Nadie sabe cuánto pesa tu pasado

Mis papás dejaron amigos que los recuerdan con cariño. Y sus hijos me conocen desde hace mucho. La consecuencia de esas dos cosas juntas, es que hay una amistad casi heredada entre ellos y yo, de esas relaciones que no es necesario tener constantes para ser cercanas. Tengo la dicha de poder invitarlos a mi casa y hacer recuento de lo no compartido. Retomar cariños buenos es sencillo.

Hay algo fascinante al redescubrir gente del pasado, pues uno puede poner en contexto lo vivido en común, los recuerdos vistos desde otros ojos y una explicación de vida más madura con los años. Tal vez es algo que, si uno tiene suerte, logra hacer con sus padres ya más grandes. Yo no tengo esa oportunidad. La mujer que soy jamás la conocieron ellos, no hemos podido poner nuestro pasado en común, nos quedamos un poco a medias.

Hoy vino una de esas amigas y llenamos muchos espacios desconocidos. Increíble la perspectiva que se adquiere y cómo puede uno liberar tantas dudas con sólo ser uno mismo. No sé si sería igual con mis papás vivos, pero no creo estar haciendo algo que los decepcione. Y, siempre, puedo invitar a sus amigos.

Tradiciones

Poco puedo hablar de cosas en familia, porque soy hija única y hago todo por mi lado desde que murieron mis papás.

Me gusta pensar que les estoy haciendo un mapa de cariño a mis hijos en donde ellos encuentren su rumbo y puedan regresar a lugares felices.

Yo tengo rutinas. Ésas me llevan.

Adaptarse al medio

Vamos saliendo de ver Dune. Yo leí los libros cuando era adolescente y gracias a ellos soy adepta fiel de la ciencia ficción. La narrativa es extraordinaria, la creación de un universo y, especialmente, de la geología particular del plneta en el que se desarrolla la acción son geniales. Tenía reservas al ver la peli, porque son demasiados años de admirar la historia, hasta volví a comprar los primeros tres libros y los estoy terminando de leer.

Siempre hay momentos en los que algo tiene un principio y se forman gracias a su entorno particular. Simplemente basta con analizar la arquitectura tradicional de una cultura y ver el paisaje que la rodea para entender cómo una se educa por el otro. Nosotros mismos somos moldeados por las costumbres de nuestra familia, las normas sociales y el momento histórico en el que vivimos. Cualquier salto hacia el futuro tiene que tener en cuenta la diferencia de ambiente, aún cuando el cambio sea sólo por lo temporal.

Es complicado trasladar una historia de un medio a otro, porque cada uno cuenta con herramientas distintas y éstas influyen a su vez en el contenido mismo, porque la forma también alimenta el fondo. Cuando entendemos cómo nos influye lo de afuera y estamos abiertos a moldearnos para mejor expresar el fondo que tenemos, es cuando trascendemos a otras formas de comunicarnos. Muy importante para entender a nuestros hijos, por ejemplo. Y, la peli, está maravillosa.

La ansiedad es un pájaro herido

Se anida en el pecho

una piedra con alas

que no sirven para nada

y raspa las costillas

cierra el paso del hambre

oprime la risa fácil

no sana, se vuelve a dañar

entierra el pico entre los ojos

hasta que le abro la puerta

exhalo donde apreté

lo suelto con una sonrisa

liviano el vacío que me regala.

Sobre la rutina cabalga mi alma


La base de toda religión es el ritual. El hecho de seguir ciertos pasos en el mismo orden, es una invitación a nuestra mente a entrar a un cierto estado de ánimo. Lo mismo la ropa, los uniformes, los himnos, las declamaciones, los contratos. Las fórmulas y las rutinas son el viento que empuja los barcos de nuestras existencias, en lo enorme y en lo privado.

Para mí, mis rutinas me dan paz, y me la quitan. Parte de lo que he aprendido últimamente es a relajar la necesidad de seguir siempre algo igual, sobre todo si está fuera de mis manos conseguirlo. La constancia debe ser un alivio, no una carga imposible. No vamos a encallar en una roca sólo por no cambiar un poco el rumbo.

Y allí he encontrado mi respuesta: que las rutinas me encaminen hacia la meta, pero que no sean más importantes. Prefiero encontrar el significado detrás del rito y no sólo quedarme en la repetición.

La vida como la conocemos

Lo «normal» no existe como una cosa absoluta. Es completamente relativo a la época, el lugar, la persona… a mí me puede parecer muy normal ponerle sal a los plátanos fritos, pero fuera de mi casa es otra historia. También tiene que ver con lo que hacemos de forma continua. De allí que se le diga «normal» a muchas cosas que son comunes. Hablando de una palabra como esa, se mete demasiado el sentido de moralidad, dando a entender que todo lo que se sale del cuadro, todo lo anormal, es malo. Pero, si en serio todos estuviéramos cortados con el mismo molde, ¿con qué nos entretendríamos?

Queremos que las cosas regresen a como estaban antes de este encierro, que vino a crear una crisis gigantesca en nuestro mundo. Es como si todas las personas del planeta hubieran sacado La Torre en una tirada de cartas al mismo tiempo. Pero no hay tal cosa como regresar, nos queda seguir, bajo las circunstancias que nos rodean en cada momento.

En mi casa, hemos tenido mucho cuidado de no contagiarnos. Nuestra hija puede ser afectada especialmente por la enfermedad y, sinceramente, no queremos corrernos el riesgo. Pero es innegable que las cosas van a continuar con una realidad adicional: hay Covid y en algún momento nos podemos contagiar. ¿Eso me va a obligar a renunciar para siempre a cualquier evento social? No. ¿Mantendré encerrados a los niños y que no vayan al colegio cuando sea una posibilidad? No. Aclaro que ya estamos vacunados todos y que eso me da un poco de respiro, pero la realidad de una posible enfermedad no es nueva para nadie, siempre puede caer uno enfermo y no por eso volverse ermitaño.

Hay una normalidad, la que vivimos todos los días. Ahora parece diferente de la de ayer, pero eso es lo común.

Buscar un regreso

Veo de nuevo Seinfeld, me río, a pesar de saber qué viene. Es buena, porque las conversaciones banales que tienen los personajes son profundamente humanas en su sentido más granular. Las inseguridades y mezquindades y gustos y defectos, las cuestiones tontas de la vida diaria que conforman la mayor parte de nuestra historia. Jerry le cuestiona a George por qué necesita que le devuelvan libros que ya leyó. Algo que es evidente para los que amamos nuestros libros: los leí, son míos. Respuesta que sirve perfectamente de argumento para lo contrario: ya los leíste ¿para qué los quieres?

Regresar a los lugares queridos nos aporta una especie de seguridad en la vida que tiene nada de certidumbre. Pedimos el plato que nos gusta en el restaurante de siempre, compramos el mismo vino, escuchamos la música de toda la vida, vamos a las mismas ciudades y, a veces, leemos de nuevo los libros que tenemos. Y es que ninguna de esas experiencias que repetimos son iguales a las anterior, por mucho que sean las mismas. Hay un reencuentro en el regreso y, en esa puesta a comparación entre lo de antes y lo de hoy, también hay un descubrimiento. Siempre somos distintos. Es más fácil reconocerlo contra cosas familiares.

Por eso se leen de nuevo los libros: para leerlos como nuevos.

El cambio para ser eterno

Me dolió la operación más de lo que había pensado. Para ser sinceros, creí que no me iba a doler. Pero sí. Ni modo. Tenía qué hacer algo para poder durar más tiempo.

La fuente de la eterna juventud, al menos en lo interno, es poder cambiar y evolucionar. No hay manera de trascender sin hacerse nuevo cada vez. Porque permanecer igual es la receta para quedarse atrás. Todas las relaciones, hasta las que uno tiene con uno mismo, caminan hacia delante, aceptan el cambio y se adaptan.

Resulta que la clave del amor eterno (de cualquier cosa permanente), es poder cambiar. Aunque duela. Como mi pie.

Todo después

Te quiero para después del mundo

en el vacío y la sombra

que seas el velo abierto

y yo el viento hecho nuevo.

Te quiero para cuando no haya sol

y tengamos que inventarnos las estrellas

o simplemente nos miremos

que nos baste nuestra luz.

Te quiero para el después de todo

ya tuvimos el antes

tal vez allí, sin tiempo

el amor sí sea eterno.

Es muy poco lo todo que puedo hacer

Los miércoles lavo la montaña de ropa que ya saca mi familia. Es una tarea de todo el día que a veces se extiende hasta el día siguiente, además de la mañana que uso para planchar (porque ya aprendí a planchar, o al menos a hacer algo que se le parece). No tengo el lujo hoy de tardarme tres días, así que saqué la tarea en uno. Medio, para ser exactos, porque además cociné la comida de dos días, fui al súper, dejé ordenados los materiales del proyecto de artes industriales de la niña, me depilé, hice ejercicio y hasta salí a asolearme. El día se siente como de a una semana y, heme aquí, escribiendo. Porque mañana me ponen cepo y no podré bajar las gradas de mi casa al menos hasta el domingo. Obvio estoy hecha un hoyo negro de ansiedad, no por lo que pueda pasar en la cirugía, que sé que va a estar todo bien. Por no saber qué va a pasar después, ni cuánto tiempo no voy a poder manejar, hacer ejercicio, caminar… Y tampoco puedo hacer nada hasta que esté del otro lado de mañana. Ya hice todo lo poco que podía hacer para estar preparada y, lo demás, es el puro desentendimiento de las cosas que pudieran suceder. No hay nada que no se pueda pedir por teléfono, tengo cinco libros sin abrir, toda la tele que se me dé la gana y esto, la computadora para (si me armo de disciplina) para escribir. Todo es soportable, todo pasa, todo va a estar bien. Y lo que no lo esté, se arregla.