El mal humor de los demás, sobre todo cuando es de gente cercana, afecta. Es difícil no preguntarse uno en dónde es que uno estuvo mal. Y buscando se encuentra. Siempre hay algo qué mejorar.
He vivido con gente malhumorada que siempre encuentra cómo justificar sus desplantes. Es culpa del otro. Me incluyo, porque yo también quiero que haya razones externas para mis pucheros. Cuando, en realidad, todo lo que sucede de piel afuera bien puede no afectarme. No digo que uno sea una babosa sin espina dorsal. Pero es muy distinto no aceptar algo dañino a enojarse sin control sólo porque no hay el helado que uno quiere. Joder, para eso puede uno irse a comprar uno. De vainilla.
Lo cierto es que muy pocas veces lo que hacen los demás tiene qué ver directamente con uno. Primero es con ellos mismos. Y, por eso, nada es esencialmente personal. Salvo que uno quiera.