Ser irremplazable

Alguna vez tuve un puesto de esos que suenan importantes. Me tocaba negociar cosas con montos interesantes, estar en reuniones y ejercer mi poder de decisión. Era chilero. A veces no tenía mucho qué hacer y a veces salía al día siguiente del trabajo, pero siempre había la posibilidad de aprender algo nuevo. Era bastante buena para eso. Y, justo cuando el ego se me estaba subiendo (más), mi ex jefe con su franqueza característica me dijo: «Canche, espero que entienda que ni usted, ni nadie, son indispensables. Irremplazable, tal vez. Pero ni mi mujer es indispensable.»

Si tenemos algunos años de vida, seguro hemos pasado por la muerte de alguien cercano. O la pérdida de una relación importante. O la ausencia de una mascota querida. Y, aunque esa falta nos quita algo de nuestras vidas, porque ya no está el objeto (no como cosa, sino como receptor) donde recaía nuestro cariño, nuestro sentimiento, nosotros seguimos viviendo.

Es como el código Jedi, que dice que hay que amar a todos, pero no sentir apego por nadie. Reconocer que cada una de las personas que nos rodea son simplemente irrepetibles y, por lo tanto, irremplazables, es ver lo único y especial en todos. Y en nosotros mismos. Pero ir por la vida pensando que nosotros le somos indispensables a cualquiera, es crearse una falsa idea de nuestra propia importancia. En una relación (de lo que sea, trabajo, amistad, pareja) creerse que el otro no puede vivir sin nosotros es caer en el engaño. Además que nos hace sentirnos demasiado seguros y permitirnos conductas holgazanas.

Yo sé que mi mara puede vivir sin mí. Mi trabajo ahora es que no quieran hacerlo.

Conocimiento inservible

Estoy mocosa. De esas congestiones que duelen hasta en la garganta y que no salen. Ya en la acupuntura me pusieron una aguja a cada lado de la nariz. Me he echado Sterimar, hecho masajes en la cara, hasta tomé un par de pastillas en contra de mi usual política. Sigo con la nariz tapada. Y yo sé muy bien por qué: tengo algún sentimiento de tristeza trabado que no he dejado salir.

O sea. Qué hueva pues. Ya no quiero seguir machacando el mismo temita. Pero tampoco me quiero enfermar. Menos aún si me doy cuenta de lo que me está pasando.

Creemos que demostrar emociones de tristeza denota una debilidad de carácter. Nos tragamos las lágrimas. Nos hacemos los valientes. No sé de qué sirve. Tampoco sé muy bien cuál es la utilidad de dejarse llevar por una marea de lágrimas y ahogarse en los recuerdos. ¿Por qué no simplemente puedo saber que estoy triste (un poquito, no mucho) y seguir con mi vida? De algo debería servir conocerse.

Ahorita, en este momento de congestión y mocos y dolor de cara, no me sirve ni para sonarme la nariz. Estoy triste. Y no quiero llorar. Ya. Y ahora me voy a hacer drenaje nasal, que esto no sale solo.

El valor de la compañía

Tenía un almuerzo hoy y me lo cancelaron. Como ya estaba con que iba a salir entre ceja y ceja, llamé a un par de amigas pero estaban ocupadas y ya no salí a ningún lado. Me quité el jeans corta-circulación, me desmaquillé y pasé un glorioso almuerzo en mi casa, con mis hijos y los regaños usuales.

El hecho de vivir en grupos sociales de ayuda mutua, como una familia extendida, es parte de por qué el ser humano pudo evolucionar a nacer con el cerebro aún no terminado de desarrollar. Si no hubiéramos tenido quién le llevara comida a la mamá de una cría que no podía valerse por sí misma, ni estar en la intemperie, ni dejarse sola, no podríamos nacer así de inútiles como lo hacemos. Tenemos necesidad afectiva y de salud mental de otros seres humanos. Nos llama la atención pertenecer a un grupo. Las redes sociales suplen mucho de esta necesidad, pero nada se compara a la compañía que te mira a los ojos, que te da un abrazo, que te escucha solo a ti.

Pero, para poder disfrutar de ese estado de estar acompañado, también es necesario poder estar uno con uno mismo. Uno nunca es mejor «partner» que cuando puede estar solito y ser feliz. Como en todo lo que hacemos, somos complicados hasta para lo que nos conviene. Me pasa frecuentemente que, cuando menos cómoda estoy conmigo misma, menos quiero alguien a mi lado y estoy segura que soy insoportable.

Así que, sabiendo que tengo desde las 7 de la noche para armarme una party loca con mi sombra, ya bajé un libro, ya sé qué voy a comer y a qué horas me voy a ir a dormir. Hoy sí quiero hacerme la compañía.