Mi papá creo que era agnóstico. Su abuelo, que era ateo militante, le había explicado de pequeño que después de la muerte sólo nos quedábamos en el recuerdo de las personas.
Pensar que seguimos viviendo en la mente de las personas que nos conocieron y que trascendemos generaciones si cuentan historias nuestras, es un acto de fe a futuro, sin importar nuestra posición religiosa. Es indudable que dejamos una impresión de nuestro ser por donde pasamos. Ponemos un sello más o menos profundo en el corazón de las personas con que interactuamos. Siempre. Aún cuando no nos damos cuenta.
No todos podemos ser inmortales en la memoria de la historia colectiva. Pero todos trascendemos de nuestra propia muerte, porque más de alguien nos conoció y supo nuestro nombre.
He conocido pocas personas que dejen una huella tan profunda y feliz como mi cuñado Luis Ronaldo. Uno de los hombres más inteligentes que he tenido al lado, jamás hizo alarde de su genialidad. Fue generoso con todo lo que tenía, principalmente con su persona. Estar con él era sentirse importante, porque él se intersaba en uno. Siempre lo vi con una sonrisa y la mejor de las actitudes. Facilísimo de querer. Va a ser proporcionalmente triste no volverlo a ver.
Pero seguirá entre nosotros y nuestros hijos, porque su recuerdo nos acompañará, con dolor, pero también con dulzura. Gracias por tu vida Luis.