Los lugares comunes

Cuando uno escribe, usar “lugares comunes” es un pecado capital. Esas metáforas tan lisas por su uso continuo que ya no tienen ninguna relevancia. Los adjetivos repetidos, las escenas trilladas. Todo eso que a los adolescentes les parece nuevo e ingenioso y que uno de adulto entrado en años ya ha leído ad náuseum. Pero…

El lenguaje (incluyamos cualquier tipo de arte en esto) sirve de medio de comunicación precisamente porque tiene lugares comunes. El atajo que permite que un extraño me entienda de inmediato a qué me refiero porque conoce por su parte la expresión. Imagínense que nos dedicáramos a buscar formas “novedosas” de describir la vida para todo. No habría suficiente café para acompañarnos.

No todos escribimos y no siempre lo innovador es lo recomendable. El espacio conocido es un buen punto de partida, al final del día, no hay nada nuevo bajo el sol. Tal vez, eso sí, no volverle a decir a un fulano que el café favorito es el de sus ojos. Eso hasta las tazas se lo saben de memoria.

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