Ir al súper da la oportunidad de interactuar con extraños en una circunstancia hasta cierto punto, íntima. Allí lleva uno su vida en la carreta. Se pueden deducir muchos hábitos de la compra. Y uno puede aprovechar para sentirse parte de una sociedad. Hay gente en los pasillos, carniceros que le pesan a uno la comida, cajeras que pasan los artículos. Hay una oportunidad para ser sociable sin consecuencias.
La amabilidad es pariente de la sociabilidad. Y ser educado es corresponder con las normas de comportamiento externo que se requieren de nosotros. Hay que saberse esas normas. Es más fácil navegar en el río de la convivencia si uno conoce las vías. Pero eso no quiere decir servir de pista de despegue. Poner límites sólo le parece grosero a quien los quiere transgredir.
Me encanta ir al súper. Sin audífonos, sin distracciones. Es un buen ejercicio.