No me gusta soltar

Tengo ropa más vieja que yo. La uso, ese abrigo de mi mamá es una belleza. Uso muebles a los que ni mi papá les conocía bien la edad. Guardo tickets y boletos y entradas y mapas para recordar. Y conservo los sentimientos, como si fueran parte esencial de mi personalidad.

Las emociones no nos definen. Son efímeras y duran un suspiro. El chiste es cabalgarlas como olas y no dejarse hundir en ellas. Cada una es nueva y, como tal, no deberíamos pensar que es el mismo enojo de hace 34 años cuando no nos sacó a bailar el chico que nos gustaba. Es otro enojo.

El problema es que nos definimos por cosas que se desvanecen: yo soy triste, yo soy enojado… Esto requiere una constante alimentación de esos sentimientos y en eso se le va a uno demasiada energía. Mejor ser un simple recipiente que se llena y vacía con la marea de los acontecimientos. Claro que más de algo permea el material del que estamos hechos, pero sólo para decorarnos, embellecernos.

Debo aprender a dejar ir las cosas que no me definen, porque blandir el estandarte del resentimiento es anunciar tierra arrasada. Y nadie quiere vivir en un lugar así.

Buenos libros mal escritos

Le tengo especial inquina a los libros con mensajes valiosos escondidos detrás de lenguaje insoportable. No entiendo por qué la necesidad de utilizar un tono condescendiente y la repetición constante de la misma idea. Cosas que se pueden decir en tres, cuatro páginas, se alargan interminablemente. Para cuando llego al núcleo ya estoy harta de tanto relleno.

Luego me encuentro dando las mismas instrucciones de comportamiento a mis hijos que he impartido toda su vida. La mesa es el escenario perfecto para ilustrar la vocación de disco rallado que tengo. Varias veces en el mismo tiempo de comida, además.

A veces hay que soltar la necesidad de belleza estética, hasta de eficiencia lingüística, y admitir que la mejor forma de aprender es repitiendo. Muchas veces. Así que resigno a leer por enésima vez que algo es el “lenguaje del amor primario” y aprovecho para aprenderlo. Si yo puedo, tal vez llegue el día que los engendros se comporten como gente educada.