Un domingo

Tenemos un orden para los desayunos de domingo. Se supone que yo no cocino ese tiempo y los demás escogen. Termina siendo un híbrido, como hoy, que igual fui en piyama a la panadería a comprar los English muffins que quería el puberto. Resultó fortuito, porque el joven no se despertó para comer con nosotros y al menos no nos morimos del hambre.

Cada domingo rompemos la rutina. Que es una forma programada de desprogramarse, y está bien. Nuestro núcleo es pequeño, mi gente somos pocos y si eres parte de mi círculo, lo sabes. Generalmente te recomiendo música. O te cocino. Formas chileras de querer sin imponer, creo yo. Para eso sirven los días como hoy. Para cocinar rico, ver foot, ponerse al sol y comer helado.

Me gusta muchas veces la vida que me he construido, sobre todo porque sé qué tan fácil se puede venir todo abajo. Ya me ha tocado recoger los pedazos y volver a empezar. Más de una vez. Pero eso me sitúa en el momento y, hoy, estoy comiendo dona con helado al lado del niño y el gato, en la sala soleada de la casa, viendo foot. El mundo funciona. No importa por cuánto tiempo.

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