Me siento a tirarle cosas al chucho para que me las regrese. No siempre me trae lo que le tiré. Por algo mi jardín vuelve a estar lleno de juguetes. Estoy aprendiendo a tener perro. Hay un nivel de conexión distinta con un animal que puede mover las cejas. Yo sé que me entiende. Los gatos también, pero es tanta su falta de expresión que a veces cree uno que no.
Tener en la casa a un ser vivo que no es humano a mí me hace sentirme más comprometida con su bienestar. Sobre todo porque no hay mayor responsabilidad que velar por los que pueden menos que uno. Y me sirve para enseñarles a los niños a respetar. Tal vez esa es la clave.
Este chucho me está enseñando a convivir mejor con los humanos de la casa. Aunque me sienta aún más responsable.