Cuando uno se escucha hablar, primero cuesta reconocer la voz y luego viene el bochorno de la cantidad de muletillas que usamos. Da vergüenza porque creemos que somos elocuentes, o al menos que deberíamos serlo. Nos comparamos a los personajes de la tele que hablan de corrido, exponiendo sus ideas sin trabas y que nunca, nunca, dicen un “entonces”, de más.
Resulta que el uso de palabras extra en una conversación no es del todo inútil. Sirven para reunir las ideas, para poner un poco de tiempo. Usamos muchas muletas físicas y metafóricas. Nos ayudan a avanzar. El problema es que a veces nos quedamos dependiendo de ellas en vez de fortalecer el músculo débil. Y allí es en donde perdemos.
Según yo, cuando voy a hablar ya tengo hecho el argumento y va a salir como de película. A la mitad de la frase me doy cuenta que ni siquiera me recuerdo de la palabra precisa que tenía en mente. Y uso muletas. Espero algún día no necesitarlas.