He pasado por muchos hábitos alimenticios. Desde tomar Coca-Cola y comer dulces todos los días a no meterme un carb a la boca durante años. Todo cae en que me gusta comer, la verdad. Y le encuentro la gracia a todo. Pero me gusta más que me quede bien la ropa y eso me hace renunciar a la comida.
Los seres vivos necesitamos alimentarnos para vivir y la evolución nos ha dotado de preferencias que nos ayudan a escoger lo que nos alimente mejor. Hasta que los seres humanos nos dedicamos a la agricultura y se trastocó toda nuestra ingesta. Ni hablemos de la manoseada que le dan ahora a la comida en las fábricas. Y se queda uno con todas estas ganas de comer cosas que ya no nos hacen bien. Volver a educar al cuerpo a pedir un aguacate en vez de un pastel requiere de verdadera convicción. Y no siempre es sencillo. Mejor dicho, nunca lo es.
Termino mis almuerzos con un café. Es la forma de decirle a mi estómago que ya terminamos y que no es necesario comerse todo el bote de semillas de marañón. Tengo casi cincuenta años luchando con lo mismo, no creo que eso cambie en un futuro.
