Al final, un café

He pasado por muchos hábitos alimenticios. Desde tomar Coca-Cola y comer dulces todos los días a no meterme un carb a la boca durante años. Todo cae en que me gusta comer, la verdad. Y le encuentro la gracia a todo. Pero me gusta más que me quede bien la ropa y eso me hace renunciar a la comida.

Los seres vivos necesitamos alimentarnos para vivir y la evolución nos ha dotado de preferencias que nos ayudan a escoger lo que nos alimente mejor. Hasta que los seres humanos nos dedicamos a la agricultura y se trastocó toda nuestra ingesta. Ni hablemos de la manoseada que le dan ahora a la comida en las fábricas. Y se queda uno con todas estas ganas de comer cosas que ya no nos hacen bien. Volver a educar al cuerpo a pedir un aguacate en vez de un pastel requiere de verdadera convicción. Y no siempre es sencillo. Mejor dicho, nunca lo es.

Termino mis almuerzos con un café. Es la forma de decirle a mi estómago que ya terminamos y que no es necesario comerse todo el bote de semillas de marañón. Tengo casi cincuenta años luchando con lo mismo, no creo que eso cambie en un futuro.

Terapia de choque

Siento que ya he escrito de esto alguna otra vez. Esa necesidad de tirarse al agua fría, de sentir algo sorprendente, de escuchar algo poco conveniente. Por mí, me quedaría en mi casa el resto de la vida, saliendo ocasionalmente a comer y al cine. Si no fuera porque me encanta viajar y ver cosas nuevas. Las contradicciones nos hacen más interesantes.

En el ser humano, coexiste la necesidad de seguridad y aventura. Es lo que nos hace arreglar nuestra cueva, cerca de agua potable y con relativa facilidad de encontrar comida. Y también es lo que nos hace subirnos a una barca a atravesar un infinito acuoso a descubrir lo que ni si quiera sabemos que existe. Qué naturaleza más maravillosa.

Me gusta lo nuevo y me encanta lo que ya me gusta. Puedo combinarlas hasta que gane una.

Malos hábitos

Conozco varias personas mayores que fuman y toman y parecen estar en perfecto estado de salud. Sirven de ejemplo para decir “¿viste? Si la tía Juana se murió a los 137 años y se tomaba una botella de ron al día.” Y justificamos nuestro malo hábito.

La edad no es lo que importa sino cómo llega uno a ella. Y allí es donde uno puede ver si quiere ser la viejita que sacan a asolear en canasto, o la que se levanta sola.

Yo no tengo aspiraciones de ser demasiado longeva. Estoy de acuerdo con Mercury. Pero sí estoy haciendo lo que está de mi parte por llegar por mi propias fuerzas.

Lo nuevo

Uno se acostumbra a lo suyo, sobre todo si es tecnológico. El cel ya se abre solo y la compu no tiene uno más que encenderla. Pero no se puede uno quedar con lo viejo y hay que cambiar todas esas cosas. Por mucho que nos dé ansiedad. Al menos a mí me la da.

Toda la humanidad se ha dividido entre los que impulsan los cambios y los que los rechazan. Basta con hacer una revisión rápida de la historia para ver quiénes ganan al final. Quedarse atrás es peor que morirse, porque uno se desconecta de lo que está pasando alrededor. No se trata de comportarse como el joven que uno ya no es. Es de poder acompañarlos para no perderlos.

Cada vez que cambio de aparato, me estreso. Y, también, cada vez puedo. Me siento como la más moderna de las antiguas. Hasta que toca el nuevo.

Cada vez menos

Me parece maravilloso cómo cada vez necesito menos cosas. En general. Me cuestiono las compras, saco ropa… lo único que nunca es suficiente son los libros, pero ésos no son cosas, son experiencias.

La persona más feliz es la que está satisfecha con sus circunstancias. Sabe cuál es su lugar en el mundo, sigue las reglas y termina contento todos los días. El ser humano casi nunca alcanza este grado de beatitud y, los pocos ejemplos que tenemos son de personas que viven con lo mínimo. Raro eso. Acumular no da más felicidad, sólo quita espacio.

Claro que me gusta tener. Pero me está gustando más vivir. Gastar mi tiempo en experiencias, en gente, en momentos. Las cosas sólo tienen el valor que les ponemos, lo que vivimos es invaluable.

Espacio

Tengo muchos años de meditar. La práctica es buena para la salud, ayuda a enfocar, a disfrutar del momento. Pero para mí, lo más importante es que me ha ensanchado un poco el espacio entre mis emociones y la reacción. Un poco, porque todavía me la salto y hago cagadales.

No podemos controlar nuestras emociones ni nuestros sentimientos. Sólo qué hacemos con ambos. Esa independencia del instinto es lo que verdaderamente nos distingue de los animales, que no tienen opción. Nosotros como humanos sí y qué poco la ejercemos. Confundimos esa habilidad de contenernos con falta de emoción. No es así. Uno puede sentir profundamente el fuego por dentro y dejar que pase. No estamos sujetos a la ley de Newton.

Tengo que meditar todos los días porque no llego a alejar tanto las orillas como para no saltarme de una a otra. Nada más inmediatamente satisfactorio como soltar el veneno. Lo malo es tener que recoger luego el desastre.

Pruebas de esfuerzo

Hoy me hicieron una prueba de esfuerzo. Le llevan a uno el corazón al límite. Pero eso no es tan interesante como que también se mide cuánto tiempo se tarda uno en recuperarse.

Uno no debería de vivir al límite de su capacidad todo el tiempo. Por algo éramos cazadores: períodos cortos de actividad intensa, seguidos de mucho descanso y preparación. Porque si uno sólo está en la flojera, es al primero al que alcanza el león.

Es bueno saber que mi corazón aguanta el estrés y que rápido vuelve a su estado normal. Me gustaría decir lo mismo de mi estado de ánimo. Supongo que también eso hay que entrenar.

Hasta dónde insistir

Siempre he dicho que la diferencia entre la perseverancia y la necedad es el resultado. Y la verdadera sabiduría consiste en cuándo desistir. Yo creo que todo se puede, pero todo tiene un precio. Allí está lo importante.

Nada se logra sin esfuerzo. Todo requiere que uno escoja y deje de hacer algo más. Ni comer algo rico es gratis porque el espacio es limitado.

A veces me ha costado asignarle un valor a futuro a lo que quiero ahorita. Además que uno verdaderamente no tiene una visión perfecta de lo que pueda suceder. Sólo puedo medir que me duele más ahora y tener la esperanza que sea la mejor decisión.