Malas señas

Creo que me estoy enfermando. No quiero ni pensarlo mucho, porque no tengo tiempo para estar enferma.

He leído mucho acerca de cómo el cuerpo le pide a uno cosas, como cierta comida, o se enferma porque necesita descansar. Pero eso no siempre quiere decir que uno le entienda.

Voy a tratar de tomar agua y descansar. Hasta mañana, que vuelvo a tener mucho qué hacer.

La parte favorita

Lo que más me gusta de la paella es el arroz tostado. Todo lo demás me da un poco lo mismo. Pero para comer ese arroz, hay que pedir paella… o eso creía.

En todo lo que le pasa a uno puede haber algo bueno. Ya sea que lo veamos mucho después, o que lo busquemos en el momento. Es una pura cuestión de perspectiva, porque vaya si no encontramos lo feo en lo magnífico muy fácil. Nuestro cerebro está hecho para encontrar inconsistencias y defectos. Así nos fijábamos en las enfermedades y los peligros. Pero termina un amargado y criticón. Me gusta más pensar que podemos envejecer con el brillo de la maravilla en los ojos.

Hoy comí arroz de paella, sin paella. Porque me las ingenié para recrearlo. Es lo que más me gusta, lo tengo que poder hacer.

Es normal para mí

Uno cree que todo el mundo lleva una vida similar, porque ve gente en lugares comunes. Pero, aunque Tolstoi dijera que todas las familias felices se parecen, creo que se equivoca en los detalles. Dentro de cada hogar, las cosas se hacen de forma particular y probablemente única. Es lo que sucede del paso del tiempo en familia.

Todos tenemos cosas en común y, seguramente, las hacemos distinto. El resultado puede ser similar, pero el proceso varía y allí está la necesidad de adaptarse cuando uno tiene una relación. Las cosas no se hacen como se hacían en mi casa. Y eso no es malo, sólo es diferente.

Hoy hice las compras de principio de mes, ya tengo rutina, ya saben qué necesito y a dónde mandarme la factura. No conozco a nadie más que haga eso exactamente igual, pero seguro todos tenemos un orden de compras regulares. Creo que es más importante para el buen convivir centrarnos en lo que queremos alcanzar, y no en los detalles del cómo. Porque lo que para mí es normal, seguro para otra persona es completamente marciano.

Todo el tiempo que se necesita

Mis hijos son maravillosos. Educados, atentos, agradables… Pareciera que hubieran «nacido sabios». Porque el éxito de la noche a la mañana no demuestra todas las noches que uno ha pasado haciéndole ganas a la vida, a practicar, a estudiar, a educar… Por eso es que la gente se frustra cuando las cosas no les salen a la primera. Creen que a los demás sí.

La práctica de las cosas bien hechas es la que lleva a que salgan bien. Y que conste que hablamos de las cosas bien hechas. De nada sirve implementar una repetición de un mamarracho. Porque eso es lo que nos metemos con los hábitos, buenos y malos. Las cosas que repetimos son las que hacemos. Es que es lógico.

Así que hay que tener en cuenta que de todas formas le estamos metiendo tiempo a lo que hacemos: mejor fijarse en que nos sirva para lo que queremos.

Tener familia

He crecido sola. Pero sí tengo familia. Es mi culpa no cultivarla más.

Los seres humanos necesitamos una tribu. Nuestra sociedad moderna no nos ayuda con eso y por eso somos infelices.

Es bonito tener familia. Me voy a esforzar más.

Rellenar los vacíos

A veces sigo viendo a mis hijos como cuando eran pequeños y tengo que fijarme dos veces para aceptar que ya no lo son. Pero me tengo que forzar a hacerlo. Porque yo ya tengo una foto en mi mente de cómo se ven.

Nuestro cerebro busca gastar la menor cantidad de energía posible. Y por eso es que no nos volvemos a fijar en los detalles de las cosas familiares, porque ya lo son. Pero eso nos hace perdernos de los cambios que todo tiene. ¿Cómo darle crédito a la evolución de las personas que queremos, si no las notamos?

Vale la pena tomarse el tiempo de notar lo que ya no es igual. Y también en uno mismo. Al menos de vez en cuando.

Desde un trampolín

Cuando era niña, había un trampolín gigantesco en la piscina de un club donde se hacían muchas piñatas. Era un reto subirse. Peor bajarse. El agua quedaba muy lejos, perl era menos malo tirarse que tratar de regresar por la escalera.

Los trampolines sólo sirven cuando están construidos sobre una base completamente sólida desde dónde lanzarse al vacío. Siempre está la aventura, pero uno la comienza con pie firme. El tambaleo sólo es válido si lo causa el golpeteo de nuestro corazón, no la inestabilidad de nuestro suelo. Para eso sirve la rutina, la seguridad de lo conocido, el hogar a dónde regresar. Para poder salir a la aventura, sabiendo que hay un lugar en dónde volver a empezar si es necesario. A los niños se les da estructura para que crezcan con autoconfianza. Las relaciones tienen un componente de cotidianidad para no gastar energía en cuestiones de todos los días.

Me tiré varias veces de ese trampolín. Siempre me dio miedo hacerlo, no subir. Y por eso pude lanzarme.

Las uñas me crecen torcidas

Recientemente vi un estudio que indica que tener arregladas las manos, con las uñas bonitas, generalmente pintadas, tiene un impacto gigantesco en la forma en la que nos sentimos acerca de nosotros. El estudio está enfocado a mujeres, pero creo que la razón aplica para todos: de nuestro cuerpo, las manos es lo que más frecuentemente nos miramos y lo que mejor representa las cosas que hacemos. Los callos, las uñas comidas, las manchas de la edad… Es fácil ocultarnos del mundo, hasta que enseñamos las manos.

Cuando no existían los espejos (ni hablemos de las fotografías), nuestra imagen de nosotros mismos venía distorcionada por el movimiento de la superficie que nos reflejara. Probablemente nuestra identidad y autoimagen tenían mucho más qué ver con nuestra correspondencia con el grupo y el resto del cuerpo que nos pudiéramos ver, que con nuestra cara. Ahora el rostro suplanta todo eso y se vuelve en lo más importante. Tal vez antes era más fácil perderse dentro de un grupo, sentirse parte integral de él. O tal vez le poníamos igual de importancia a lo que sí nos podíamos ver con claridad que ahora a la cara.

Trato de tener ahora las uñas arregladas, me gusta verlas pintadas y lo hago yo como parte de un pequeño autocuidado. En vez de simplemente masacrarlas con un cortaúñas, las limo. Y me dio cuenta que me crecen torcidas… Ni allí puede uno sustraerse del todo de la autocrítica.