Estoy nerviosa

Tengo que dar una conferencia y estoy nerviosa. Está bien estarlo. Racionalmente entiendo que no puede salir mal, el punto es tener un debate abierto a discutir ideas, a expandir mentes. No hay nada qué perder.

Las cosas que nos importan nos generan ansiedad por hacerlas bien. Esa inyección de adrenalina que nos hace correr más rápido, ser más fuertes, pensar con más agilidad. No es malo tener ese nerviosismo. Sí es malo no hacer lo que uno quiere por miedo a que salga mal. Todo lo que vale la pena hacerse, vale la pena hasta hacerlo mal.

Sigo poniéndome más nerviosa y está bien. Porque espero ganar algo junto con todos los demás. Y si sale mal, tampoco es el fin del mundo.

Escuchar

Cuando me pongo nerviosa hablo mucho y cuando estoy calmada también. Se me salen las palabras de la boca en torrentes sin dique si no me fijo y digo cosas muy divertidas de las cuales luego me arrepiento. O hablo para pensar. O tengo y doy opiniones que nadie me pide. Hablo. Es mi manera de sacar el embrollo, examinarlo y desenredarlo.

En cualquier relación, es importante dar y recibir para que la cosa sea pareja. Si el sube-y-baja sólo se inclina siempre de un lado, no hay diversión. Por eso, cuando uno tiende a hablar mucho, hay que aprender a escuchar más. Porque es chilero conocer al otro, dejarse contar lo que tienen dentro. Total, uno ya se conoce las historias propias. Más interesante escuchar las ajenas.

He aprendido a tener filtros, a cerrar la boca y a quedarme callada para compartir. No me es fácil, pero sí satisfactorio.

Arroz

No me fascina el arroz, hasta que me inventé hacerlo al horno que quede tostado. Pero no apunté cómo lo hice y no me sale nunca igual.

Tener una receta es esencial para que las cosas tengan consistencia. Eso no aplica para los seres vivos. A mí me encantan las recetas. Pero no apunto nunca cómo cocino porque siempre me gusta hacerlo diferente a ver qué me gusta más.

Se me pasó de tostado. La próxima lo hago diferente. Si me acuerdo.

Sonidos húmedos

Estoy viendo la serie de Allien Earth y está predeciblemente llena de escenas sangrientas y grotescas. Soy fan de Tarantino, la sangre en las películas no me molesta, pero sí me encoge las entrañas escuchar cómo las cosas se meten en el cuerpo de otras cosas. Es un sonido parecido al de una boca mojada chasqueando los labios. Húmedo. Wácala. Igual estoy viendo la serie, está muy buena.

Los humanos estamos equipados para que nos repugnen cosas que nos dañan. Evitamos la comida podrida, le huimos a los ruidos peligrosos, le tenemos miedo a las alturas. Todo lo evolutivo que nos pueda proteger de una muerte prematura. Pero en la modernidad, con fechas de expiración y elevadores a pisos 130s, esas alarmas son menos utilizadas y tal vez las dejamos un poco olvidadas. No sé si eso nos sea de beneficio como especie. Las cosas que nos dan miedo, tienen una razón de ser y es bueno escuchar nuestro instinto.

En general, obviamente me dan asco los olores de podredumbre, pero hay quesitos que apestan y saben muy rico. O no siempre le hago caso a las fechas de expiración. Pero… acabo de demostrar en carne propia que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo y me rompí un dedo del pie. Sonó húmedo. Está roto. Por algo ese ruido es suficiente para revolverme las tripas.

Quien gana, pierde

Cuando uno juega un deporte, el chiste es ganar. Y, para que eso pase, alguien tiene que perder. Es lo que hay. Por eso no me gusta competir porque detesto perder.

Eso está bien, en un ambiente ficticio. Pero no sirve para las relaciones personales. Porque allí, si uno gana, ambos pierden. Difícil asimilarlo en el momento y más difícil parar el impulso de derrotar al otro.

La diferencia es que no vivo con los del otro equipo y sí con mi familia. Hay victorias que le hacen a uno perderlo todo. Y no se trata que ambos perdamos, sino que ambos ganemos. Ésa es la verdadera fuente de satisfacción.

Romper el ayuno

Tenía varios meses de no hacer mi ayuno largo. Había leído que no era bueno hacerlo tan seguido y me lo tomé muy en serio. Pero lo retomé y lo más sorprendente fue que no me estaba muriendo por romperlo.

Cuando uno se quita algo, a veces lo más complicado es cómo volver a meterlo en la rutina. Las privaciones son excelentes en su justa medida y es bueno salir de ellas. Poco se habla de la bondad de estar tranquilo y sin necesidades. Pero hasta de hacerse el fuerte se puede exagerar, porque, como siempre, los humanos lo llevamos todo al extremo dañino.

Rompí el ayuno comiendo normal. Y cuando lo vuelva a hacer, trataré que no me cueste regresar a la normalidad.

Un poco de necedad

La diferencia entre la perseverancia y la necedad es alcanzar el objetivo. La sabiduría consiste en identificar cuándo se puede.

Creo que no he aprendido bien a dejar ir lo que me importa de verdad y regreso a intentarlo como aquella ardilla de las caricaturas queriendo abrir un coco. Me sobra necedad, porque aún no llego a donde quiero, pero me alienta la esperanza de todo lo que ha conseguido mi perseverancia.

Tal vez sí hay cosas que vale la pena perseguir a toda costa. Y tal vez nunca aprenda a soltar lo que quiero.

Un domingo cualquiera

He pasado el domingo entero existiendo solamente. Es una sensación casi meditativa esta de no tener nada qué hacer ni lugar a dónde ir. El único destino la cocina y la única meta respirar. No es que no me guste la actividad de siempre, pero es una delicia salirse de ese corre-corre de vez en cuando.

Se nos olvida para qué hacemos lo que hacemos. Nos perdemos en el trajín. Claro que hay que ocuparse, nada peor que una vida desperdiciada. Y eso se debe combinar con el momento de pausa.

Hoy no hice nada. Mañana regreso a la rueda. Espero que sí avance.