Quiero levantar todo el peso del mundo
desvelarme bailando
ir a todos los conciertos
vivir todos los años, quedarme joven
lo quiero todo, aunque no se pueda al mismo tiempo
Quiero levantar todo el peso del mundo
desvelarme bailando
ir a todos los conciertos
vivir todos los años, quedarme joven
lo quiero todo, aunque no se pueda al mismo tiempo
Mi mamá era extremadamente desordenada. Pero encontraba todo. Yo no llego a su desastre, pero si no me arreglo en el mismo orden todas las mañanas, seguro se me olvida ponerme desodorante.
Ser ordenado y ser metódico son vecinos, pero no son iguales. Lo ideal es tener ambos, porque el primero se ve arreglado y el segundo es efectivo. De nada sirve haber coordinado la ropa por color si nos paralizamos cuando hay algo fuera de lugar.
Soy metódica por necesidad. De vez en cuando me entra el gusanito del orden y me inspiro en mi padre. Pero eso no me dura mucho tiempo.
Tuve mucha suerte recientemente. Traté de levantar una animalada de peso y me lastimé la espalda, pero no me lesioné. Un par de días de medicina y ya, como nueva, con escoliosis y todo. Pero tuve mucha suerte.
Hay muchos lemas con los cuales uno puede sobrellevar la vida. Es lo que hay. Uno hace lo que puede con lo que tiene. Y, tal vez uno menos conocido: uno puede tenerlo todo, pero no todo el tiempo. Escoger qué, cuándo y cuánto es una de esas especialidades que debemos aprender mientras vivimos.
No puedo levantar todo el peso siempre. Ni puedo hacerlo todo sola siempre, menos al mismo tiempo. Entonces, o escojo no tenerlo, o pedir ayuda. En general, he preferido lo primero, pero puedo aprender a hacer lo segundo.
Tendemos a equiparar lo calmado con lo aburrido y por eso dinamitamos nuestra comodidad. Estamos tranquilos en nuestra casa, donde lo tenemos todo y salimos a buscar algo distinto. Eso lo veo sobre todo ahora en mis hijos, que no se están quietos y siempre quieren hacer algo distinto de lo que tienen en frente.
El ser humano oscila entre la necesidad de estar seguro y el deseo de aventurarse. Si no fuera por esas dos fuerzas opuestas, pero iguales, no habríamos poblado el mundo ni dejado moradas por donde pasamos. Es por eso también que, tontamente, cambiamos lo que conocemos y nos tiene bien, por el rumor de algo más interesante. Hace poco leía que a veces confundimos la incertidumbre en una relación con emoción y por eso nos quedamos en situaciones que no nos convienen, pero nos alborotan.
A mí me gusta ponerle emoción a mi vida aburrida. No es lo más aventurero, pero es lo más rico.
Cuando era invisible
no me gustaba nada de lo que veía en mí
me cambié la mirada y el gusto
la forma de ponerme los zapatos
el lado hacia donde giraba al bailar.
Todo me parecía poco, pequeño.
Algo debía faltarme.
Ahora me ves. Y todo me gusta de nuevo.
A mí no se me pegan canciones, se me pegan ideas. Y dan vueltas y vueltas en mi cabeza. Y pocas veces son diálogos agradables. Siempre es recordarme lo malo. Me cae mal esa persona que vive dentro y que no me trata con cariño.
Resulta que vivimos con muchas versiones de nosotros mismos, integradas para funcionar, pero cada una un lado del prisma que somos. Hay que saber cómo tranquilizar a los más neuróticos.
Meditar ayuda. Hablarme bonito ayuda. Y que pase el tiempo ayuda. Pero siempre está en la parte de atrás la voz con las malas ideas. Ya aprenderé.
Paso frente a los mismos cuartos todos los días porque es mi casa y me toca. Generalmente no les pongo atención, salvo que haya algo fuera de lugar. Porque uno sólo se fija en lo diferente.
Estamos hechos para buscar lo distinto en el patrón. Sobre todo si es malo. Porque nos salva de ser devorados por un tigre. O de una enfermedad. Pero también nos vuelve menos sensibles a lo que nos rodea porque lo damos por sentado. Por eso la mentalidad de principiante que nos acerca a ver otra vez de nuevo lo familiar.
Tal vez por eso nos sirve tener un cambio en la apariencia, cosa que a las mujeres se nos da mejor. Hace que haya algo que llame la atención para volvernos a ver, aunque seamos las mismas.
Me lastimé la espalda por bestia. Estoy mejor y ni modo, que me sirva de lección. Pero lo que me llama la atención es que me fue mejor moviéndome que no.
El instinto al lastimarse es quedarse quieto. Y seguro que eso es lo que hay que hacer en algunos casos. Sin embargo, muchas veces hay que seguir. No dejarse. Moverse.
Me sigue doliendo un poco. Y no importa, hoy tampoco voy a quedarme quieta.
Paso mucha parte de mi día en silencio. Bueno, sin hablar con alguien, porque mi mente pocas veces está callada, por eso hago meditación. Pero en realidad, mis interacciones son pocas y las aprovecho cuando las tengo. O sea, hablo mucho cuando puedo. Creo que es la costumbre de la relación que tenía con mi mamá; podíamos estar juntas cosiendo y viendo los partidos de básquet sin hablar y luego pasarnos la noche entera sin callarnos. Me hice el hábito de llamarla cuando pasaba cualquier cosa interesante en el mismo momento, porque después se me olvidaba.
La vida está llena de pequeñas cosas que valen la pena compartirlas, pero que no lo hacemos porque son pequeñas, por tontos. Un sentimiento, algo divertido, una idea, todo eso que nos va llenando el día y que nos alimenta. Allí está el secreto de la cercanía. Uno pensaría que es con las cosas totalmente trascendentales, pero no. Es comentar de lo fácil que fue pasar en el tráfico, o de la comida genial, o de haber visto a alguien, o de pensar en la otra persona.
Con mi mamá teníamos de broma estándar el hecho que haya tantos comercios con el mismo nombre. Hace poco vi una zapatería que lo llevaba y tuve el impulso de llamarla. Ella lleva muerta hace casi 19 años, así que la comunicación se dificulta. Pero igual le conté. Porque, aunque no hablo con ella, sé que me escucha.
Empezar el día contigo
tu olor verde y tus ojos cerrados
el recuerdo de ayer
cómo se termina el tiempo hoy
pero si no fuera así la mañana
habría otras
y todo estaría bien.