En ambos lados de mi familia hay historia de alcoholismo. Es algo que me mantiene a raya, creo que me sobran cuatro dedos para contar las veces que me he emborrachado. Tampoco fumo, por lo mismo. Les tengo pavor a los vicios. Porque son una atadura, una renuncia de voluntad.
Y no es que no tenga algo que me amarre. Como buen ser humano, tengo muchas cosas que me encasillan. Mis prejuicios, mis creencias, mis valores. Pero creo que todos son voluntarios, la cárcel está hecha a mi medida y tengo las llaves en mi bolsillo.
Mi amarre principal es el ideal de mí misma que guardo como mapa del tesoro. Es la barrera que tiene a raya a mi Dr. Merengue (si usted está muy joven para captar la referencia, lo siento). Lo miro en el ejemplo que les quiero dar a mis hijos, en el mejor lado de mí que comparto con mi esposo y, sobre todo, en la voz que habita mi cabeza y la pobla de afirmaciones positivas.
Ésa es mi yo que prefiero alimentar. Y el guaro, malos pensamientos y peores costumbres no son la dieta ideal.