Lo «normal» no existe como una cosa absoluta. Es completamente relativo a la época, el lugar, la persona… a mí me puede parecer muy normal ponerle sal a los plátanos fritos, pero fuera de mi casa es otra historia. También tiene que ver con lo que hacemos de forma continua. De allí que se le diga «normal» a muchas cosas que son comunes. Hablando de una palabra como esa, se mete demasiado el sentido de moralidad, dando a entender que todo lo que se sale del cuadro, todo lo anormal, es malo. Pero, si en serio todos estuviéramos cortados con el mismo molde, ¿con qué nos entretendríamos?
Queremos que las cosas regresen a como estaban antes de este encierro, que vino a crear una crisis gigantesca en nuestro mundo. Es como si todas las personas del planeta hubieran sacado La Torre en una tirada de cartas al mismo tiempo. Pero no hay tal cosa como regresar, nos queda seguir, bajo las circunstancias que nos rodean en cada momento.
En mi casa, hemos tenido mucho cuidado de no contagiarnos. Nuestra hija puede ser afectada especialmente por la enfermedad y, sinceramente, no queremos corrernos el riesgo. Pero es innegable que las cosas van a continuar con una realidad adicional: hay Covid y en algún momento nos podemos contagiar. ¿Eso me va a obligar a renunciar para siempre a cualquier evento social? No. ¿Mantendré encerrados a los niños y que no vayan al colegio cuando sea una posibilidad? No. Aclaro que ya estamos vacunados todos y que eso me da un poco de respiro, pero la realidad de una posible enfermedad no es nueva para nadie, siempre puede caer uno enfermo y no por eso volverse ermitaño.
Hay una normalidad, la que vivimos todos los días. Ahora parece diferente de la de ayer, pero eso es lo común.