Las palabras tienen peso, magia, invocan mundos, crean emociones, sanan. Pero resultan impotentes para deshacer lo que se hace con ellas mismas. Como querer recoger la tinta derramada en agua.
No hay más grande impotencia que no poder reparar lo que está roto y no poder. Creo que he aprendido a medir mis palabras para no aplastar a mi gente con su peso. Mis hijos, sobre todo, merecen no tener que cargar con cosas que aún no les corresponden.
Me gusta encontrar la forma precisa de comunicarme, guardar lo exagerado, no usar demasiado expresiones que, sino, perderían el filo de su significado.
Si logro que lo que digo vuele, podré yo misma estar más liviana.