Los miércoles lavo la montaña de ropa que ya saca mi familia. Es una tarea de todo el día que a veces se extiende hasta el día siguiente, además de la mañana que uso para planchar (porque ya aprendí a planchar, o al menos a hacer algo que se le parece). No tengo el lujo hoy de tardarme tres días, así que saqué la tarea en uno. Medio, para ser exactos, porque además cociné la comida de dos días, fui al súper, dejé ordenados los materiales del proyecto de artes industriales de la niña, me depilé, hice ejercicio y hasta salí a asolearme. El día se siente como de a una semana y, heme aquí, escribiendo. Porque mañana me ponen cepo y no podré bajar las gradas de mi casa al menos hasta el domingo. Obvio estoy hecha un hoyo negro de ansiedad, no por lo que pueda pasar en la cirugía, que sé que va a estar todo bien. Por no saber qué va a pasar después, ni cuánto tiempo no voy a poder manejar, hacer ejercicio, caminar… Y tampoco puedo hacer nada hasta que esté del otro lado de mañana. Ya hice todo lo poco que podía hacer para estar preparada y, lo demás, es el puro desentendimiento de las cosas que pudieran suceder. No hay nada que no se pueda pedir por teléfono, tengo cinco libros sin abrir, toda la tele que se me dé la gana y esto, la computadora para (si me armo de disciplina) para escribir. Todo es soportable, todo pasa, todo va a estar bien. Y lo que no lo esté, se arregla.