Vivimos una vida bastante ordenada, con comidas a horarios y vino sólo los fines de semana. Mantenemos cierta talla, porque no es nomás de comprar ropa nueva a cada rato. Dormimos lo que las carreras nos permiten.
Y, de repente, como una de las tormentas tropicales que he visto últimamente, llegan unos días en que es normal tomar una margarita a las 9:30am. En que el bikini enseña más lonja que la que había hace una semana. En que se duerme siesta antes y después del almuerzo.
Resetear cualquier máquina requiere, primero, apagarla. Así me siento cuando llego de vacaciones en donde no tengo que planificar nada: apagada. Pero no como muerta, sino como suspendida en una dimensión paralela en donde se vale tomar cerveza y andar casi desnuda y sonreírle al espejo.
Se duerme, se engorda, se cuentan cuentos al oído de una pulguita para que deje dormir. Y todo está bien.
Porque la máquina ya va a funcionar mejor. Y todo lo comido se puede quemar. Para eso está la rutina.