Me gustan las cosas que me gustan. Tautología ridícula hasta que me siento a ver qué realmente me emociona, me conmueve y es todo lo que quiero compartir con la gente a la que quiero. Tanto, que me paso de vehemencia, tratando de hacer que les guste igual que a mí. El sobreentusiasmo es una de mis fallas más grandes, junto con ser binaria, que supongo son una y la misma cosa: o me gusta o no, o es blanco o es negro.
Examinamos las cosas que vemos y que disfrutamos desde lo que nos da placer, aún en lo que nos duele o atemoriza como una película de miedo, una montaña rusa, una relación medio rota. Nos aferramos a los lugares que pueden ser recuerdos de personas que ya no existen aunque las tengamos enfrente, porque la felicidad como nos la han vendido no es más que una euforia efímera y nunca nos explicaron que estar contento poco tiene que ver con reírse a carcajadas. La felicidad es una mujer plácida, sentada sobre una mecedora, completa en su movimiento estático.
Nada existe como lo imaginamos, pero tampoco importa, porque no hay forma de vivirlo de otra manera. Tal vez sólo podemos ser entusiastas y contagiar a quien queremos con las cosas compartidas. Y dejar de buscar lo que creemos que debería existir.