Me dolió la operación más de lo que había pensado. Para ser sinceros, creí que no me iba a doler. Pero sí. Ni modo. Tenía qué hacer algo para poder durar más tiempo.
La fuente de la eterna juventud, al menos en lo interno, es poder cambiar y evolucionar. No hay manera de trascender sin hacerse nuevo cada vez. Porque permanecer igual es la receta para quedarse atrás. Todas las relaciones, hasta las que uno tiene con uno mismo, caminan hacia delante, aceptan el cambio y se adaptan.
Resulta que la clave del amor eterno (de cualquier cosa permanente), es poder cambiar. Aunque duela. Como mi pie.