Las mañanas son una carrera contra el tiempo. Desde que despierto, tengo cierto margen para terminar desayunos, loncheras, sacar niños, antes que llegue el bus. Hoy estaba pelando unos huevos duros, tratando de hacerlo rápido, pero se me deshacían y tuve que respirar, bajar la velocidad y hacerlo despacio. Pero bien. Lo hice más fácil.
Lo apresurado no siempre es más rápido. A veces nos saltamos pasos con tal de sacar las cosas y luego no sirven. O comenzamos relaciones atropelladas que sólo nos hacen perder el tiempo. Por algo la lectura rápida es menos efectiva para cuando uno lee por placer, por lo menos en mi caso. ¿De qué me sirve terminar un libro en un día si no lo gocé ni entendí?
Aunque la choya no es una virtud, tampoco parecerse al Conejo Blanco de Alicia es una buena forma de vivir. Pareciera que todo tiene, no sólo una forma, si no también un tiempo para hacerse. Una velocidad adecuada. El famosísimo y dificilísimo «timing». Como cuando uno encuentra a esa persona que parece perfecta, dos años muy tarde.
Parar. Ver la situación. Hacerlo bien. Termina uno las cosas mejor y más rápido. Aunque el tiempo apremie. Tal vez mejor la próxima dejo pelados los huevos desde la noche anterior.