Cuando mi marido cumplió 35 años, le pedí a mis suegros favor de hacerle fiesta en su casa y yo cociné (hamburguesas, quedaron ricas). El año que cumplió 40, me pasé haciendo cosas para su piñata (sí, piñata de superhéroes) nueve meses antes. Tengo la ¿mala? costumbre de no conocer grises y colores, sólo blanco y negro.
Uno nace sabiendo recibir. Eso es fácil. Parte de la inteligencia emocional es aprender a dar. Y uno da lo que le es natural.
El problema es cuando uno sólo sabe dar de una forma y eso no se recibe por parte del destinatario. Es como escribir la carta de amor más conmovedora de la historia, en un idioma que el otro no entiende.
Aprender a hablar varios idiomas emocionales es una de las claves del éxito en la vida. Si uno entiende que no a todo el mundo le gustan los masajes en los pies, pues no anda como enajenado queriendo quitarle los zapatos a todos los seres humanos que se cruzan en la vida.
Dar, de forma que agrademos. Es un aprendizaje que no siempre es intuitivo. Como en todo, nuestra referencia somos nosotros mismos y cuesta ajustar ese punto miope de vista.