Se venden «lindos» apartamentos. Los perritos son «lindos». «¡Ay qué lindo por traerme café!» Usamos tanto ciertas palabras que las desgastamos, como limas de uñas que pierden su utilidad. El propósito del lenguaje es comunicar ideas. Pero qué pasa cuando eso ya no cumple su propósito original.
Tengo una pasión especial por las palabras precisas. Me cuesta tanto formular mis pensamientos, que trato de encontrar la herramienta justa. No siempre lo logro. Porque el lenguaje es mucho más que la sucesión de fonemas. Junto con lo que decimos, viene todas las emociones y recuerdos que le montamos encima a lo que sale de nuestras bocas. Y vamos haciéndonos de significados propios que hay qué aclarar.
Luego, comenzamos a sobreutilizar un adjetivo hasta que lo arruinamos. Y vamos por otro. Y otro. Amamos una papa frita. Amamos al primer pendejo que nos dice una cosa bonita. Así no se puede.
Tener cuidado con nuestras palabras, no sólo para no ofender, si no para no devaluarlas, es un ejercicio en honestidad. No es tan popular decir que a uno le gusta alguien a decir que le encanta, por ejemplo. La efusividad se dosifica. Y está bien. Creo que es imposible ser apasionado todo el tiempo. Como no todo, todo puede ser lindo.