Como si fuera el fin del mundo

Ayer me tomó dos horas hacer un tramo de media hora en circunstancias normales y, aunque ya la canción de queja contra el tráfico es vieja y todos la conocemos hasta el cansancio, nos sigue persiguiendo. Dan ganas de no salir, pedir todo a la puerta de la casa y esperar que llegue el fin del mundo, porque eso es lo que parece que está sucediendo.

Tan difícil que es acomodarse a las circunstancias cuando éstas no se acomodan a lo que queremos. Las expectativas, al contrario que el esfuerzo, es tener una idea fija de cómo debe ser algo y muy rara vez caza en el molde que le hicimos. Algo leí de eso para las precuelas de películas: nos encasillan a una sola imagen de algo que en nuestra mente tal vez tenía otros escenarios. Imposible abarcarlos todos y nos quedamos insatisfechos.

La realidad es que ahora hay tráfico y que hay que hacer de tripas corazón si uno quiere trasladarse en carro hacia cualquier parte después del mediodía. Ayer fue porque los niños tenían entrega de cintas nuevas en el karate. Hoy llenan de globos el dojo, pero sospecho que no iremos. Salvo que pudiera agarrar uno y volar de regreso.

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