Siendo mi papá ingeniero civil, yo crecí pensando en términos de estructuras, líneas rectas y soportes. No era raro que viéramos programas de cómo habían construido un edificio imponente o un puente espectacular. Dentro de eso, me impactó especialmente uno acerca de las técnicas japonesas para contrarrestar los movimientos provocados por los constantes terremotos. Resulta que un edificio vertical rígido es mucho más susceptible de romperse con un temblor, que uno que se mueva y adapte y absorba el meneadito.
Yo creo que hay cosas en las que uno tiene que ser firme e inconmovible: cuestiones de principios, de lealtades, de confiabilidad. Debería uno siempre ser generoso con las personas que tiene a su alrededor, ser más empáticos. Puras cuestiones de carácter hacia adentro, ésas que nos dicen quiénes somos cuando cerramos los ojos por la noche y nos quedamos con nosotros mismos.
Pero cuando trasladamos ese dureza hacia afuera, sobre todo en el trato con la gente que nos quiere, la cosa se comienza a resquebrajar. Peor si en lo que nos enfocamos es en el «cómo» hacer las cosas y no en el resultado que uno quisiera obtener. Hay muchas formas de lograr que un niño haga su tarea en el momento en el que debe, incluso algo que funcionó hoy no funciona mañana Y esos cambios me matan. Porque yo quiero hacer las cosas como yo quiero. Y punto. Y todos los demás se tienen que alinear. Y pues… no mucho me funciona para la paz de mi vida.
Aprender a ceder, a moverse con los cambios que le tira a uno la vida, a adaptarse para salir íntegro. Porque sólo así nos mantenemos enteros. Si queremos seguir rígidos, nos rompemos y a saber si podemos regresar a lo que éramos.