De pequeña me encantaban los sube-y-baja. Hay algo más que divertido en ese ir y venir de abajo a arriba. Un ritmo que parece mezcla entre saltar y volar.
Hay un instante en que se está a la misma altura que el otro. Tan pequeño que se esfuma. Ese balance precario que buscamos en nuestras vidas y que logramos fijar en nuestra consciencia a la vez que lo perdemos. Es una cosa de estar en constante movimiento y ajuste. Claro que lograríamos menos inestabilidad si nos situamos en el centro, no en los extremos. Pero no hay nada de diversión allí. Para eso, mejor no jugar.
Habrá siempre cosas qué mejorar y nunca lograremos la total estabilidad. Pero también es bello sentir el viento con cada subida y bajada y poder tomar impulso del suelo para volver a elevarnos. Si, total, no vamos a poder jugar para siempre.