Agujeros

Cuando era pequeña me encantaba hacer «mantelitos» de papel. Doblaba un cuadrado varias veces y le recortaba figuras. Para mí, quedaban lindos y los ponía por toda la casa. Dudo que mi mamá haya compartido mi entusiasmo y los adornos desaparecían misteriosamente en cuestión de horas, pero yo era feliz.

Pareciera que uno comienza la vida como una hoja de papel en blanco y la termina un poco más arrugada, manchada, agujereada y torcida que un pergamino al sol. Hablamos de corazones «rotos», de heridas del tiempo, de cicatrices en la memoria. Hay recuerdos que nos duelen, palabras que nos matan por dentro, sentimientos que nos hunden. Todo eso nos va cincelando tanto como lo dejemos, pero es innegable que nos transforma. No podemos pretender tener experiencias de vida sin dolor. Hasta para aprender a caminar hay que caerse un par de veces.

Lo que no debemos dejar de hacer es desdoblar nuestra vida para apreciar el entramado que van dejando todas esas lluvias de meteoritos. Cada nuevo color que adquirimos, cada agujero que obtenemos, cada arruga que nos dobla es un testimonio que estamos vivos y que somos complejos y que seguimos adelante.

Los agujeros dejan pasar la luz. Las manchas nos dan color. Las arrugas un borde en dónde recostarnos. Y todo, todo, nos hace hermosos en nuestra humanidad. Este año ha dejado más marcas que otros en mi vida. Se lo agradezco. Puedo decir que soy mucho más interesante. Al final, ¿quién quiere llegar a la muerte como una hoja en blanco?

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