Después de lo escrito

Paso mis días pensando en qué escribir, en leer lo que han escrito otros, escribiendo al final. Mi diálogo interno se escucha como un dictado y he dicho varias veces que yo sólo me siento a poner en papel lo que ya delineé mientras manejaba, o nadaba, o caminaba. Mi voz interior es una pequeña guionista, con parlamentos y todo, mi vida una película bien trazada.

Hasta que me doy de cara con la realidad que resulta en muchos casos muy distinta de lo que creí que iba a hacer. Lindos los planes puestos por escrito para darse uno cuenta que siempre viene algo después del final. Nuestras cartas terminan en una postdata, el famoso “post script” en inglés. Lo que viene después de lo escrito.

Este año, las palabras más importantes que pude tener cerca son las que me tatué. “El control no es poder”, en el antebrazo izquierdo, y unas pequeñas “PS”, en el dedo medio de la mano derecha. Nada está bajo control, sólo tengo poder sobre mí misma, todo lo que viene está fuera de guión y siempre, siempre, puedo encontrar algo más luego del final.

Necesito dormir

Este año pasé más o menos cuatro meses sin dormir por las noches. Entre que no encontrábamos la dosis correcta de la basal de insulina de la niña, que la manguera del set era demasiado larga y se arruinaba la insulina, que el sensor estaba puesto en un lugar que no funcionaba bien y la ansiedad general de la nueva condición en la que estaba. Cuatro meses. Se dice fácil ahora, pero sí me afectó. Tomé muy pobres decisiones en varias cosas, me pasé zombie durante muchos días y caí en una especie de depresión que, menos mal, no se me fue de las manos, pues aquí sigo.

Necesito dormir. Desconectarme. Cuidarme. Se vale que lo haga, que me tome un tiempo para descansar, porque si no lo hago, no estoy presente para lo que necesito hacer después. También tiene que ver con valorarme en lo que necesito. Necesito afecto. Seguridad. Lealtad. Soy suficiente como para pedirlo y recibirlo.

Llegar a esta conclusión, a poder decir «soy suficiente», me ha tomado años de darme contra la pared de mi propia inseguridad. Me permití aceptar menos de lo que di, o di demasiado, sin guardarme un poco de cariño para mí misma, esperando recibirlo de afuera. Me dejé sin nada, vacía, por darlo todo. Obvio, no recibí lo que di, porque nadie le da a uno todo.

Así que ahora, descanso cuando lo necesito. Y me reservo un poco de lo que puedo dar, para mí.

Qué aprendí

Ayer, luego de un día conflictivo, les puse a los niños el ejercicio de decir qué habían aprendido. De las cosas malas siempre se puede sacar algo rescatable. Dijeron cosas de niños, algunas divertidas, otras profundas. Me quedé pensando en lo que yo he aprendido, luego del peor año de mi vida. Es un listado más útil aún que el de cosas qué agradecer. Así que, a partir de mañana, escribiré acerca de las lecciones que me dejó el 2019.

Me he enfocado entre lo difícil y lo que me dejó, pero, para salir del pozo, tengo que ponerle atención a lo que entiendo mejor ahora. Tal vez lo más importante sea simplemente seguir.

Qué bueno que se va este año. Espero que el siguiente sea más liviano.

Lo que espero

Hay una diferencia entre lo que quiero y la expectativa y la experiencia. Qué poco puedo diferenciarlo a veces. Quiero todo. Siempre. Tal vez porque sólo sé darlo todo.

Resulta que no hay que hacer eso, porque uno se queda vacío. Hay cosas que no se multiplican. Una vez se entregan, se acaban. Pero los deseos siempre están.

Luego, las expectativas sólo sirven para decepcionar. Porque esperamos sin articular. Eso no es válido.

Ahora, en este momento, sólo quiero no desear, pero sí recibir paz. Y esa sólo viene de adentro.

Una expectativa

Se quedó mi boca

a la espera de la tuya

el espacio sin cruzar

los labios expectantes.

¿A dónde llegan

los besos que quiero

y no me das?

¿Te los comes por las noches

entre risas y olvidos?

¿Los guardas como recuerdos

de las cosas que no suceden?

Si te pesaran, esos besos sin entregar,

caminarías encorvado, son demasiados.

Los fui anotando en una libreta

y ya está tan llena, que suspira.

Ojalá se hicieran agua

una corriente que te arrastrara hasta mi faro.

Probaría la sal acumulada

en la comisura izquierda de tu boca.

Me debes muchas cosas

mi lugar seguro, el fin de la tristeza,

el compañero en la batalla,

la vejez entrelazada.

Y todos los besos de tu boca,

que debió ser mía

pero que pediste de vuelta.

El estorbo

Es frecuente que haya personas que se quedan paradas en un sitio de paso (un corredor, una puerta, unas escaleras), completamente indiferentes a lo que sucede a su alrededor. Crean pequeños remolinos a su alrededor y, mientras no le estorben a uno, es entretenido ver cómo la gente hace todo lo posible por sortearlos.

Una piedra en un río es un peligro. Impone un obstáculo al flujo del agua. Así los problemas no resueltos, las decisiones sin tomar. Llaman toda la corriente de pensamientos hacia sí, aumentando la velocidad y la intensidad de las emociones que se agolpan sobre el objeto inamovible.

Quitar un estorbo es tan sencillo como dar un paso hacia delante. Y, aunque de vez en cuando es válido detenerse para pensar a dónde me tengo qué mover, quedarse quieto no es opción porque tarde o temprano nos arrastra la corriente. Nada más feo que un empujón.

No está a medias

Tengo dos novelas empezadas. No a medias, porque no las he terminado. Sólo no han avanzado desde la última vez que las visité. Sé que son bonitas ideas que no están desarrolladas como deberían, pobres ellas debieron nacer en un cerebro con más talento.

Así también siento con mi vida, que no está a medias, pero aún no tiene una conclusión (o un camino) completamente definido. En algún momento hace más de diez años sí creí que sentándome a escribirlo todo, podría dejar fijado el guión que seguiría el resto de mis días y lo único certero que queda de es plan es que aún sigo aquí. Planes al carajo. O, al menos, su persecución penosamente detallada.

Siempre me llamó la atención que las cartas escritas a mano tuvieran pequeños agregados, las Post Datas, o Post Scripts en los que se añadían los detalles o las correcciones de lo escrito anterior. A veces incluso eran hasta más interesantes.

Pues algo así siento en este momento. Que ya había puesto mi firma al pie de una carta, luego de un saludo efusivo (o no) y que ocurrió algo más que vale la pena incluirlo al final de la misiva. Porque nunca estamos terminados, aunque estemos completos.

Reglas para viajar solo

  1. El ejercicio cuenta el doble.
  2. Las calorías cuentan la mitad.
  3. El dinero gastado en una cerveza en un bar alegre nunca está mal gastado.
  4. Es obligatorio comer comida de la calle.
  5. También es obligatorio ir a un museo, al cine y al mercado.
  6. Se vale comer un pastelito.
  7. Arreglarse para salir con uno mismo es un acto de auto-amor.
  8. Siempre llevar un libro en la bolsa. Y algo con qué escribir.
  9. Levantarse temprano y acostarse tarde, los días de viaje también tienen 24 horas y hay que aprovecharlas.
  10. Dejar de pensar, los problemas lo esperan a uno y el cerebro necesita descanso.
  11. Regresar.

Hasta donde se puede

Distinguir entre la necedad y la persistencia es muy simple: el éxito. El camino antes de llegar a esa conclusión, sin embargo, es el mismo. Uno regresa a intentarlo por todos los medios que se tienen a su alcance hasta que lo logra o no.

Dejar de perseverar tiene más qué ver con la ilusión de obtener lo que se quiere que, incluso, con la probabilidad de hacerlo. A veces nos fijamos metas que parecen imposibles simplemente porque no se han logrado antes y sorprendemos al mundo. Otras, tal vez sólo queremos un abrazo y no hay forma de obtenerlo.

Tal vez lo más frustrante sea saber que uno dio todo lo que tenía y eso no fue suficiente. Toca recogerse de donde uno se entregó y admitir que, lamentablemente, eso no era para uno. Y continuar. Porque la perseverancia no sólo es la persecución de una sola cosa, sino también el no sentarse y dejar la vida pasar después de un fracaso. Hay muchas cosas que valen la pena perseguir y se puede pasar de un anhelo al otro. Al final, el que camina es uno.

Entrego el corazón

Ponemos el corazón en un altar

para que lo sacrifiquen y nos lo devuelvan en pedazos,

pero para eso es la mesa y el cuchillo y el sacerdote,

para destazar, cortar y ver la sangre caer,

aunque luego sirva de unción, o de ofrenda.

O lo entregamos al fuego

porque queremos arder y nos duele el calor,

pero para eso es el fuego y la leña y la llama,

para encender, iluminar y consumir

y terminar hechos cenizas, o carbón encendido.

También lo enterramos para que la tierra lo pudra,

pero para eso es la humedad y lo oscuro y lo oculto,

para descomponer, transformar, regenerar

y tener un mundo nuevo germinando de la muerte.

Aunque a mí me gusta ocultarlo en una caja,

rodeado de cadenas, protegido por fuego,

puñales, monstruos. Por mí.

Es lo único que me queda de los pedazos que me dejaste.